Me pregunto, Oh Señor,
cuántas veces al trabajar
tu muerte pensabas al clavar.
Tú, por ser Dios conocías
cada detalle que acontecería
¡Qué gran dolor sentirías
al clavetear esas tablas frías!
Sentirías tu sangre brotar
de tus manos traspasadas
y en el fondo un gozo sin igual
por las vidas con esa sangre compradas.
Pero también habría salvación
con sufrimiento y agonía
pues clavados en la cruz
nuestros pecados quedarían.
Por Mery Bracho
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