lunes, 23 de abril de 2012

La Oración

“He aquí, él ora.” Hechos 9.11
Nuestras oraciones suben al cielo instantaneamente. En el momento en que Saulo empezó a orar, Dios le oyó. Aquí hay consuelo para el alma turbada, pero que ora. A menudo, un alma pobre y de corazón quebrantado dobla sus rodillas, pero no puede mas que emitir suspiros y lágrimas; pero ese gemido ya ha hehco vibrar todas las harpas del cielo; Dios ha recogido esa lágrima y la ha guardado en el lacrimatorio del cielo. “Pon mis lágrimas en tu redoma” implica que Dios recoge nuestras lágrima conforme éstas fluyen. El Altísimo entenderá bien al alma suplicante cuyo miedo detiene sus palabras. Quizá solo puede mirar al cielo con ojos llorosos; pero la oración es la caída de esa lágrima. Las lágrimas son los diamantes del cielo, los suspiros son parte de la música de la corte de Jehová, y se enumeran entre los sonidos más sublimes que alcanzan la suprema Majestad. No pienses que tu oración, por débil y temblorosa, no será oída. La escalera de Jacob es noble, pero nuestras oraciones descansan sobre el Ángel del pacto y ascenderán más allá de las estrellas. Nuestro Dios no solo escucha la oración, sino que también se deleita en escucharla. “No se olvidó del clamor de los afligidos.” Cierto, Él no presta atención a la mirada altiva y las palabras nobles; no da importancia a la pompa y el boato de los reyes; no escucha el sonido tremendo de la música marcial; no presta atención al triumfo y orgullo del hombre; pero dondequiera que haya un corazón en gran dolor, o un labio que tiemble con agonía, o un profundo gemido, o un suspiro penitente, el corazón de Jehová se abre; lo marca en el registro de su memoria. Él pone nuestras oraciones, como pétalos de rosa, entre las páginas de su libro de recuerdos, y cuando éste se abra al fin, habrá una dulce fragrancia que ascienda al trono de la gracia.

“Su oración llegó a la habitación de su santuario, al cielo.” II Cron. 30.27

La oración es el recurso infalible del creyente, en cualquier situación o caso difícil. Cuando no puedes usar la espada, puedes usar el arma de la oración. Tu pólvora puede estar húmeda, y tu arco flojo, pero el arma de la oración nunca puede estar “fuera de servicio.” Leviatán se ríe de la jabalina, pero tiembla a la oración. La espada y la lanza se estropean, pero la oración nunca se oxida, y cuando a nosotros nos parece más desafilada es cuando corta mejor. La oración es una puerta abierta que nadie puede cerrar. Pueden rodearte demonios por todos lados, pero el camino arriba está siempre abierto, y mientras ese camino no esté obstruido, no caerás en manos del enemigo. La oración no está nunca fuera de temporada: en invierno y en verano, su mercancía es preciosa. La oración consigue audiencia con el cielo en la oscuridad de la noche, en medio del trabajo, en el calor del mediodía y en las sombras del atardecer. En cualquier condición, sea pobreza, o enfermedad, u obscuridad, o calumnia, o duda, tu Dios siempre recibirá tu oración y la responderá desde su Lugar Santísimo. La oración no es en ningún caso futil. La oración verdadera es verdadero poder. Quizá no consigas siempre lo que pides, pero siempre recibirás lo que de verdad necesitas. Cuando Dios no responde a sus hijos conforme a la letra, lo hace conforme al espíritu. Si pides harina con manteca, ¿te vas a enfadar por que Dios te de la harina más fina? Si pides salud física, ¿debes enfadarte si Dios usa esa enfermedad como cura de tus enfermedades espirituales? ¿No es mejor santificar la cruz que eliminarla? En esta noche, alma mía, no te olvides ofrecer tus peticiones, porque el Señor está listo para concederte tus deseos.

- C. H. Spurgeon

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