Rev. Enrique Centeno
Encontramos aquí la historia del reinado, bueno y largo, de Asa. Su piedad Su política. Su prosperidad; en particular, la gran victoria que obtuvo contra un gran ejército de etíopes que salieron contra él.
“E hizo Asa lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios. Porque quitó los altares del culto extraño, y los lugares altos; quebró las imágenes, y destruyó los símbolos de Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por obra la ley y sus mandamientos. Quitó asimismo de todas las ciudades de Judá los lugares altos y las imágenes; y estuvo el reino en paz bajo su reinado. Y edificó ciudades fortificadas en Judá, por cuanto había paz en la tierra, y no había guerra contra él en aquellos tiempos; porque Jehová le había dado paz. Dijo, por tanto, a Judá: Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de muros con torres, puertas y barras, ya que la tierra es nuestra; porque hemos buscado a Jehová nuestro Dios; le hemos buscado, y él nos ha dado paz por todas partes. Edificaron, pues, y fueron prosperados.
Tuvo también Asa ejército que traía escudos y lanzas: de Judá trescientos mil, y de Benjamín doscientos ochenta mil que traían escudos y entesaban arcos, todos hombres diestros… Y clamó Asa a Jehová su Dios, y dijo: ¡Oh Jehová, para ti no hay diferencia alguna en dar ayuda al poderoso o al que no tiene fuerzas! Ayúdanos, oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos contra este ejército. Oh Jehová, tú eres nuestro Dios; no prevalezca contra ti el hombre. Y Jehová deshizo a los etíopes delante de Asa y delante de Judá; y huyeron los etíopes” (2 Crónicas 14:2-12).
Tenemos la historia del reinado, bueno y largo, de Asa. Su piedad (vv. 1-5). Su política (vv. 6-8). Su prosperidad; en particular, la gran victoria que obtuvo contra un gran ejército de etíopes que salieron contra él (vv. 9-15).
1. QUITÓ TODO LO QUE IMPEDÍA LA BENDICIÓN DE DIOS
Asa procuró agradar a Dios y se esforzó en presentarse a Dios aprobado (2 Timoteo 2:15). “E hizo Asa lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios” (v.2). ¿Por qué hizo Asa lo recto y lo bueno delante de Jehová su Dios? Dice la Palabra: “Porque quitó los altares del culto extraño, y los lugares altos; quebró las imágenes y destruyó los símbolos de Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por obra la ley y sus mandamientos. Quitó asimismo de todas las ciudades de Judá los lugares altos y las imágenes; y estuvo el reino en paz bajo su reinado” (vv.3-5).
La reforma que emprendió tan pronto como subió al trono. Retiró y abolió la idolatría. Desde que Salomón había iniciado la idolatría en la última parte de su reinado, nada se había hecho para suprimirla. Dioses extranjeros eran adorados y tenían sus altares, imágenes y cipos; y el servicio del templo, aunque era llevado a cabo por los sacerdotes (13:10), era descuidado por gran parte del pueblo. Tan pronto como Asa tuvo el poder en sus manos, se propuso destruir todos aquellos altares idolátricos con sus imágenes (vv.3, 5). Esperaba que, al destruir los ídolos, volverían en sí los idólatras. Reavivó y estableció el culto a Dios solo y, puesto que los sacerdotes cumplían con su oficio y servían a los altares de Dios, mandó al pueblo a que cumplieran también con su deber (v.4): “Mandó a Judá que buscase a el Dios de sus padres (y no a los dioses de los paganos), y pusiese por obra la ley y sus mandamientos”. Al obrar así, “estuvo el reino en paz bajo su reinado” (v.5).
Estos lugares que se mencionan, eran donde se les rendía culto a Baal el dios de la fertilidad, a Asera la diosa de la fortuna, y a Moloc, el dios al cual que se le ofrecían sacrificios humanos. Todos esos dioses estaban en medio del pueblo de Israel, y por supuesto, el pueblo estaba desviado de la verdadera adoración. Esos dioses extraños interrumpían la verdadera comunión entre Dios y su pueblo.
Sin embargo, Asa fue guiado para limpiar de en medio del pueblo todo aquello que estorbaba e impedía la verdadera adoración y el culto a Dios. Y cuando Asa hizo esto, el reino tuvo paz. La Palabra dice que “cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová (delante de Dios), aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Proverbios 16:7). Aunque en nuestros días, el pueblo de Dios no tenga esos dioses desagradables, abominables como lo tenía el pueblo de Israel, existen muchas cosas que están apartando y separando al pueblo de Dios.
Si queremos la bendición de Dios, tiene que haber purificación en nuestras vidas, y si queremos ser de bendición para otros, tenemos que quitar todo lo que impida que Dios pueda usarnos como canal y fuente de bendición.
2. HUBO PREPARACIÓN
“Y edificó ciudades fortificadas en Judá, por cuanto había paz en la tierra, y no había guerra contra él en aquellos tiempos; porque Jehová le había dado paz” (v.6). Asa edificó ciudades fortificadas en Judá para asegurar la victoria. Para que haya edificación tiene que haber paz. En tiempos de guerra, una nación no puede edificar porque la guerra destruye lo que estaba edificado. Amado, aunque el mundo esté en guerra y en conflicto, en el pueblo de Dios, que es la Iglesia de Jesucristo, tenemos paz, porque Cristo es el autor de la paz. Él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). Para poder vivir en paz con nuestros semejantes, primeramente tenemos que estar en paz con Dios y con nosotros mismos.
El mundo habla mucho de paz, pero no hay paz en el mundo. Y todos sabemos que este anuncio de paz que se oye por doquiera, no es más que un pregón de lo que está por suceder muy pronto. Cristo levantará su Iglesia y los juicios de Dios serán derramados en toda su potencia sobre la faz de esta tierra.
Cristo dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia” (Mateo 16:18). En Hechos 9:31 dice que las iglesias eran edificadas por todas partes, porque “tenían paz”. Tenemos que estar conscientes para qué el Señor nos ha llamado. Para poder edificar tenemos que estar cien por ciento en perfecta unidad, trabajando en equipo para el engrandecimiento de la Obra de Dios y para la gloria de su nombre. Tenemos que mantenernos en unidad para poder seguir edificando. Debemos cerrar cada vez más las brechas, para no darle tregua ni oportunidad al enemigo.
3. EDIFICÓ MUROS
“Dijo, por tanto, a Judá: Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de muros…” (v.7). Los muros nos hablan de protección.
Antiguamente una ciudad sin muros era vulnerable al enemigo. Los habitantes de Jericó y su rey estaban confiados mientras los muros estaban levantados, pero cuando Dios los derribó, quedaron a expensas del pueblo de Israel. Cuando Nehemías supo del estado y la condición en que se encontraba Jerusalén que sus muros estaban arruinados, sus puertas por el piso, sintió gran preocupación, porque Jerusalén estaba desprotegida, estaba en ruinas.
En la vida cristiana tenemos que tener muros a nuestro alrededor. Cuando Dios le habló a Satanás a cerca de Job, le dijo: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso delante de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8). El diablo le dijo a Dios: “¿No le has cercado alrededor él y a su casa y a todo lo que tiene?” (Job 1:10). Así que el diablo veía toda la muralla que Dios había puesto alrededor de la vida de Job, de este siervo de Dios.
En la vida ministerial tiene que levantarse muros de protección, igualmente en esta Obra del Movimiento Misionero Mundial, los muros tienen que seguir en pie. Los muros de santidad no deben caerse. Dentro del llamado pueblo de Dios se ha colado mucha inmundicia, mucha mundanalidad, y se hace muy difícil distinguir entre los que son de Dios y los que pertenecen al mundo. Sabemos que el pueblo de Dios siempre ha sido y debe ser un pueblo diferente, y tiene que establecerse esa diferencia. Por eso tenemos que seguir edificando el muro de la santidad aunque nos digan anticuados, aunque nos digan fanáticos.
No podemos rebajar las normas de conducta que Dios ha establecido dentro de esta Obra. Preferimos agradar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo guardando su Palabra, no importando los apodos o epítetos que nos pongan, porque es mejor honrar a Dios y a Su Palabra. El Señor ha dicho: “Yo honraré a los que me honran” (1 Samuel 2:30). Dios quiere hombres y mujeres rendidos, dispuestos, y llenos del Espíritu Santo, que proclamen su Palabra tal como Él lo ha dado.
Hay que seguir levantando los muros de la Palabra, siendo luz y testimonio en este mundo. Tenemos que confesar a Cristo con nuestros labios y con nuestros hechos, tenemos que vivir vidas santas por dentro y por fuera.
4. EDIFICÓ TORRES
“Dijo, por tanto, a Judá: Edifiquemos estas ciudades, y cerquémoslas de muros con torres…” (v.7). Las torres nos hablan de vigilancia.
La torres de la oración. “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41). “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así (vigilando)” (Mateo 24:46). “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Cuando descuidamos nuestra vida de oración, en nuestra muralla de protección se puede abrir una brecha por la cual entre el enemigo. Por eso es que tenemos que mantenernos en vigilancia. Las torres no se pueden descuidar, tenemos que seguir edificándolas para la gloria del Señor.
5. PREPARÓ UN EJÉRCITO
“Tuvo también Asa ejército que traía escudos y lanzas: de Judá trescientos mil, y de Benjamín doscientos ochenta mil que traían escudos y entesaban arcos, todos hombres diestros” (v.8). Asa también tenía ejército de hombres diestros que tenían escudos y entesaban arcos. La Iglesia de Cristo es un ejército.
Cuando Moisés fue comisionado para que fuera delante de Faraón, con la orden de dejar en libertad al pueblo de Israel, Dios le dijo a Moisés: “Sacad a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por sus ejércitos” (Éxodo 6:26). En el libro del Cantar de los Cantares 6:10, refiriéndose a la Iglesia dice: “¿Quién es ésta que se muestra como alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden?” (Cantares 6:10). Así que Dios llama a su pueblo mis ejércitos y Dios es llamado en la Biblia: “Jehová de los ejércitos es su nombre, el Santo de Israel” (Isaías 47:4).
Somos parte del ejército de Dios. Dice la Palabra que en el ejército de Asa todos eran hombres diestros. En Cantares 3:7-8, leemos: “He aquí es la litera de Salomón; sesenta valientes la rodean, de los fuertes de Israel. Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra; cada uno su espada sobre su muslo”. Sabemos que la espada del pueblo de Dios es la Biblia. Asa tenía un ejército preparado, que tenía que enfrentarse a la resistencia. “Vendrá el enemigo como río, pero el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él” (Isaías 59:19). “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado” (Salmo 27:3).
“Y clamó Asa a Jehová su Dios…” (v.11). Y Zera comandaba un ejército de un millón de hombres el cual superaba en soldados a los ejércitos de Asa, casi los duplicaba, Asa clamaba: “¡Oh Jehová, para ti no hay diferencia alguna en dar alguna al poderoso o al que no tiene fuerzas! Ayúdanos, oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos y en tu nombre venimos contra este ejército” (v.11). Aunque el ejército de Asa estaba bien adiestrado y equipado, él no puso su confianza en las armas, ni en los diestros que eran sus soldados, su confianza estaba en Dios. No podemos apoyarnos en nosotros mismos, ni en otros, ni en la política, ni en el mundo, tenemos que apoyarnos en Dios. Asa reconoce que el enemigo era poderoso, pero sabía que el Señor era el que peleaba.
He aquí uno de los secretos de la victoria: la confianza en el Señor, Él es el Dios de la victoria. Zera y todos los etíopes fueron aniquilados. Fue una victoria moral, material y económica, regresaron a Jerusalén triunfantes.
La Iglesia tiene el desafío y el reto más grande de la historia. Muchos están siendo vencidos, derrotados ante las fuerzas enemigas; pero como dijera el libro de Hebreos: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tiene fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39).
Estamos en conflicto, en una gran batalla, en una gran lucha; la cual no es “contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Es un ejército poderoso, pero el Cristo de la gloria nos ha proporcionado las armas adecuadas para pelear.
Como Iglesia nos enfrentamos a ese ejército, por eso las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. Creemos que Dios nos ha provisto del poder del Espíritu Santo, con los dones milagrosos, los frutos del Espíritu Santo, y el arma defensiva más poderosa de los siglos: la Palabra de Dios.
En medio de este tiempo de conflictos y de muchas dificultades, podemos mantenernos firmes en una vida cristiana de total y constante victoria; porque “esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4) en el Cristo invencible, victorioso. No estamos solos en la batalla, Cristo ha prometido: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20), dándonos siempre la victoria.
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