martes, 3 de abril de 2012

Vigilando el Camino

Rev. Rubén Rosas
Aquellos que una vez conocieron la verdad y vuelven atrás, las cosas postreras serán peores que las primeras. Hemos conocido grandes predicadores de la Palabra que hoy son despojos humanos, porque dieron la espalda a la verdad, rechazaron todo y echaron a la basura las verdades eternas.

“Subió destructor contra ti; guarda la fortaleza, vigila el camino, cíñete los lomos, refuerza mucho tu poder.” Nahum 2:1.

El libro del profeta Nahum nos habla sobre la visión que este tuvo de la destrucción de Nínive y el imperio Asirio. 100 años antes Dios permite que Jonás, otro profeta llegara a Nínive.

El contenido del libro de Nahum se compone de solo tres capítulos porque contiene una visión sobre una nación. La destrucción de esta nación por causa de su vida pecaminosa, violenta, sin amor, sin compasión; una nación completamente sanguinaria. Cuando ellos ganaban la guerra y llevaban cautivos, era para hacer alarde de fuerza y poder; los maltrataban, los desollaban vivos y los colgaban de la pared para que el sol candente los secara paulatinamente, y así murieran. A pesar de su vida pecaminosa, Dios siempre da una oportunidad al pueblo para que este le conozca.

La forma que llegó Jonás a Nínive, fue milagrosa. Nínive estaba a bastantes millas tierra adentro desde donde Jonás fue vomitado por el pez. Jonás llegó, no con un mensaje de misericordia, sino con un mensaje compuesto por una sola frase: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.” (Jonás 3:4). Y de esta manera predicó hasta que la notica llegó al palacio.

Cuando el rey se enteró del pregón “se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?” (Jonás 3:6-9). Aquel mensaje era contundente, no había tregua ni tiempo para decir qué hacer.

Si los hombres reaccionaran a la Palabra de Dios, este mundo sería un Edén. Pues, ¿desde cuándo se predica sobre el amor de Cristo? A este mundo se le ha dado muchas oportunidades en todos los tiempos para que todos conozcan a Cristo y reconozcan quién es el Salvador. Pero los hombres no quieren aceptar a Cristo como el Salvador; al que no se puede llegar mediante intermediarios. “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).

La generación que tuvieron la experiencia de conocer a Jehová por la predicación de Jonás, comenzaron a dejar sus prácticas y el paganismo. Se complacieron en conocer a Jehová pero no supieron transmitirles a sus hijos ni a la segunda generación de quién era Dios. Cuando el rey murió y vino otro rey, volvieron al paganismo. Nínive volvió nuevamente a sus prácticas, pensando que era la nación más poderosa y que no había gobierno ni nación que se mantuviera en pie de guerra ante ellos, sino que Jehová les había dado la espada para acabar con todos.

Aquellos que una vez conocieron la verdad y vuelven atrás, las cosas postreras serán peores que las primeras. Hemos conocido grandes predicadores de la Palabra que hoy son despojos humanos, porque le dieron la espalda a la verdad, rechazaron todo y echaron a la basura las verdades eternas. Pero nosotros sabemos lo que hemos adquirido, por tanto, somos, fieles, permanecemos firmes trasmitiendo la verdad de la Palabra  a otros. Tenemos que trasmitir el temor a Jehová desde que los niños están en el vientre. El que mi casa y yo seamos salvos no significa que hay una herencia que lo reciban los hijos, sino que una bendición que llegó a la casa porque papá y mamá aceptaron a Cristo como Salvador personal y ahora los padres trasmiten a los hijos todo el bien que han recibido.

Tenemos un enemigo, que es enemigo nuestro porque lo es de Dios y del plan divino de redención, quien ya conocía acerca del plan de redención y que vendría el Hijo de Dios al mundo a rescatar al género humano. Si hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador personal, hemos sido asegurados, por tanto, seamos fieles y no cojamos las cosas del Señor como un juego. Para los que tememos y guardamos la fidelidad en Dios, se hace una realidad en el libro de Nahum 1:7, leemos: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia”. ¿A dónde acudes en el día de la angustia?

“Pacientemente esperé a Jehová y Él me oyó”; para esperar hay que ser paciente. En el día de la angustia llegaron las cartas que angustiaban más a Ezequías, pero se fue al lugar donde debía ir, allí de rodillas, a la presencia de Jehová. La fortaleza la guardamos cuando cumplimos con nuestros compromisos y deberes para con el Señor: orando, velando, ayunando, leyendo la Palabra, no dejando de congregarnos como muchos tienen por costumbre, que se enojan por tonterías, y terminan buscando otro lugar para congregarse. Muchos se extravían porque no están vigilando el camino. Por eso “vigila el camino, cíñete los lomos, refuerza mucho tu poder.” (Nahum 2:1).

El poder de la Iglesia no estriba en el número de personas que económicamente están bien, ni en el número de creyentes que tengan algún tipo de profesión, tampoco estriba en nada de lo que el hombre piensa que es algo aquí abajo, sino en todo aquello que viene de lo alto. “Cíñete los lomos, refuerza mucho tu poder… Jehová es bueno, fortaleza en el día la angustia; y conoce a los que en Él confían.” (Nahum 2:1, 7). Dios le bendiga.

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