Manuel Camacho fue un pastor que predicó sin miedo al terror
o las amenazas terrenales. Evangelizó en plena selva
colombiana y entregó su vida por Dios.
Tenía 33 años cuando las FARC lo asesinaron. Manuel Camacho
fue un pastor que predicó sin miedo al terror o las amenazas
terrenales. Evangelizó en plena selva colombiana. Su palabra
era más temida que el fusil. Entregó su vida por Dios.
Aquel lunes la calma dominaba las calles de la vereda el
Choapal, un remotísimo poblado de la región selvática de
Colombia, y todo transcurría dentro de la normalidad. Sin
embargo, aquel día, marcado en el calendario como el 21 de
septiembre de 2009, el lugar se convirtió, de un momento a
otro, en el escenario sangriento de la caída de un héroe de
la fe cristiana, un misionero que se fue de este mundo con la
certeza de que la muerte es el principio de la vida.
Victimado a media mañana, de seis balazos por las FARC
(Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), frente a su
esposa y sus dos hijos, Manuel Camacho Pineda pagó con su
vida el odio y desprecio que los mundanos tienen por el
prójimo.
Los hechos reportados escuetamente por la prensa colombiana
dieron cuenta que a Manuel Camacho, Pastor del Movimiento
Misionero Mundial, casado con Gloria Isabel Muñoz, con quien
tuvo un hijo y una hija, lo asesinaron dos tipos “a sangre
fría”, en la puerta de su casa. Su delito: predicar la
Palabra de Dios y “ganar” almas para el Todopoderoso. Un
“pecado” que para los terroristas, de tendencia
marxista-leninista, sólo se compensa con la vida misma en el
fragor de una lucha que mantiene en vilo a Colombia desde
1964.
Nacido el 23 de diciembre de 1975, el Pastor Camacho llevaba
nueve años evangelizando, casa a casa, en el Choapal, alejado
villorrio del municipio de San José del Guaviare, en el
oriente colombiano. Una zona donde las FARC se han convertido
en uno de los escollos de fe más insalvable e insuperable.
Por la intolerancia religiosa de los guerrilleros, a mediados
de julio de 2009, fue amenazado, extorsionado y finalmente
asesinado. A Camacho sólo le informaron: “desobedeció la
orden de no continuar predicando y ahora deberá pagar dos
millones de pesos en el plazo de una semana, es eso o uno de
ustedes pagará con su vida”.
LAS AMENAZAS
Corajudo y fiel al Señor, Camacho Pineda, avalado por su
esposa Gloria, no se amilanó ante las garras de ese monstruo
que se hace llamar “Ejército del Pueblo”. Testigos de los
acontecimientos, que vivieron de cerca el calvario del Pastor
de la Obra del Señor, afirman que de inmediato sentenció: “no
podemos darles dinero de Dios para la guerra. Yo estoy
dispuesto a ser entregado en el momento que Jehová lo decida,
si Él lo quiere, así me esconda o trate de impedirlo, mi
muerte sucederá”. Pero fueron los feligreses de la Iglesia
que Camacho había fundado en el Choapal quienes juntaron el
dinero exigido y prologaron su vida terrenal un par de meses
más.
Pero aquel suceso sólo fue el epílogo de un ministerio
pastoral consagrado en pleno a Dios. Una tarea en la que el
pastor Camacho demostró que estuvo a la altura de la labor
que Cristo le encomendó: predicar su Palabra. Porque desde su
unción como ministro del Altísimo, acontecido a inicios del
presente siglo, llevó con tesón y ahínco las Buenas Nuevas
por la selva colombiana a pesar de los mil y un impedimentos
que se le atravesaron en su vida misionera. Y es que en lo
más profundo del Guaviare, a 400 kilómetros de la ciudad de
Bogotá, Camacho venció a la violencia, a la intransigencia,
las amenazas y al clima selvático y cristianizó de casa en
casa, y de forma oculta, a cientos de inconversos en una
gesta de la que aún hoy se habla en el MMM.
Miembro de la Obra desde 1997, Camacho fue un hermano
disciplinado, serio, eficaz, paciente y convencido hasta la
médula de la causa de Jesucristo. Su vida, corta pero
fructífera, dejó al descubierto esos rasgos de su
personalidad. Sin embargo, lo más llamativo en él fue su
unión al Todopoderoso. Nacido en un hogar humilde, donde se
practicó la religión tradicional y la violencia y el machismo
fueron estandartes indiscutidos, vivió entre la estrechez
económica y el desarraigo familiar. A la edad de once años
fue inscrito en un internado católico en el que, más allá de
imágenes de barro, se despertó su interés por Dios. De forma
paralela, cada tanto, apoyó a su padre Guillermo en la finca
casera en la que hizo las veces de agricultor.
No obstante, Dios le reservó su ingreso al cristianismo de
una forma muy particular. En 1995, luego de unirse a Gloria
Muñoz, a quien conoció en un caserío del Guaviare, y procrear
a su primogénita, el futuro pastor Camacho fue atrapado por
el alcohol y se entregó a la vida disipada y olvidó sus
obligaciones conyugales. Un tiempo oscuro y perverso que
acabó por la intervención de Emelina Pineda, su madre, quien
a pesar de la oposición de su marido se había enrolado al
Movimiento Misionero Mundial. Ella le habló de Dios y las
maravillas que podía hacer por él.Fue en ese instante que
Manuel empezó a transformarse. Harto de su existencia sin
rumbo se encarriló en los caminos de Dios y colocó la primera
piedra de su inmolación.
LISTO PARA DAR LA VIDA
Después, tras perseverar en la sana doctrina, afianzó su
alianza con el Padre Eterno. Primero como un obrero abnegado
y fiel cumplidor de la Palabra de Dios. Luego como un Pastor
valiente y decidido que se internó en la espesura colombiana,
junto a su familia, para divulgar sin miedo ni temor la obra
redentora de nuestro Señor Jesucristo. Y fue justamente allí
en el centro de operaciones de las FARC, en la que Camacho
libró su batalla personal más importante. Recorrió de extremo
a extremo las veredas más alejadas de San José del Guaviare y
anunció la llegada del Altísimo. Sin armas, sólo provisto de
las Sagradas Escrituras, el soldado de Cristo enfrentó cara a
cara con sendas campañas evangelísticas a la cobardía
subversiva que impide todo tipo de actividades religiosas.
“Un buen día daré la vida por Dios”. Eso le dijo a Gloria, su
esposa, de forma premonitoria aquel lunes cuando la calma
todavía reinaba en las calles del Choapal. Luego dos hombres
armados irrumpieron en su hogar. Llegaron a ajustar cuentas
con él. Se identificaron como miembros de las FARC y
descargaron contra él una ráfaga de cinco disparos. En
seguida lo remataron con un tiro en la nuca. Camacho murió en
los brazos de su compañera, muy cerca de sus hijos Ingrid y
Daniel, quienes no pararon de proclamar que su padre pereció
por Dios.
UN HOMBRE, UN MÁRTIR
En la última imagen que tengo de mi esposo, él sonríe
tímidamente. Abrazo su cuerpo herido y ensangrentado mientras
musita el nombre de Dios. Nuestros hijos me decían al oído
que no me preocupara, que su padre ya estaba con Cristo. Yo
temblaba, lloraba, me desesperaba, me puse a predicar la
Palabra, agradecí al Padre Eterno por el maravilloso y
espiritual ser al que unió mi vida… Con estas breves
palabras, ustedes que leen estas líneas, podrán comprender el
enlace celestial que existió entre Dios y Manuel Camacho.
Su ausencia, luminosa, es en Cristo una presencia permanente.
Las FARC me lo arrancaron sin compasión alguna, sólo por
desobedecer la orden de no predicar el Evangelio y realizar
antes de su muerte una campaña evangelística exitosa, donde
se convirtieron aproximadamente 42 personas a Jesús como su
Salvador y quedó en aquel lugar un precioso semillero de
almas que alaban y glorifican el nombre del Señor. El
Todopoderoso me honró con la posibilidad de ser la viuda de
un mártir del cristianismo. Siempre lo recordaré como un
hombre de fe que sacrificó su tiempo y su vida para que la
Palabra de Dios nunca se apagara.
Muchos se preguntarán cómo alguien pudo permanecer firme en
aquel lugar y en aquellas circunstancias, pero esto solo lo
entienden aquellos que tienen un verdadero llamado de parte
de Dios y sienten un profundo amor por las almas que se
pierden.
Gloria Isabel Muñoz viuda de Camacho.
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