lunes, 26 de marzo de 2012

“Pasé mi vida buscando a Dios”



Guillermo Camacho Gallopertenece a ese grupo especial de hijos de Dios que abandonaron las tradiciones religiosas y recalaron en el cristianismo debido, principalmente, a su indesmayable búsqueda de la verdad del Todopoderoso. Él, que estuvo a punto de recibirse de sacerdote católico, dejó su claustro y encontró, tras un largo tránsito, finalmente a Jesucristo.
Desde pequeño Camacho Gallo tenía muy clara su actitud hacia todo lo que tuviera que ver con el Creador. En su natal Piura, una ciudad ubicada en el extremo norte del Perú, tuvo siempre la idea de que Cristo era el único camino a la salvación, el Salvador de salvadores. Con una niñez sin sobresalto alguno, tropezó a los siete años con la tristeza que irrumpió en su vida y echó abajo su tranquila existencia. Perdió a su madre, víctima de un mortal cáncer, y en un abrir y cerrar de ojos se transformó en un pequeño atrapado en el papel de adulto.
Nacido el 20 de mayo de 1958, Guillermo Camacho recuerda aquellos días y, con el rostro compungido, narra: “mi niñez fue muy linda, gracias a Dios, pero cuando mi madre murió todo cambió. Sin embargo, al inicio no noté tanto  su ausencia. Incluso pensaba que vendría. Claro que con el paso de los días sentí, por primera vez, lo que era la soledad de no tenerla. Lo más dramático fue que mi padre empezó a emborracharse y a tener problemas con mis hermanos. Para mí fue muy dura esa etapa. Eso marcó mi vida y paralizó mi niñez. Dejé de ser niño para ayudar a mi progenitor en la administración de un comercio familiar que teníamos en el centro de Piura”.
Al cabo de un tiempo, con el dolor amenguado y siempre con Jesús como el anhelo más importante de su vida, el hermano Camacho vivió otro momento particular entre la infancia y la adolescencia. Al respecto detalla que: “no sabía lo que era jugar como un niño normal. Jamás supe cómo hacer bailar un trompo. Tampoco supe patear una pelota o correr con libertad. Yo crecí con la responsabilidad de apoyar a mi padre. Cuando veía a los demás niños miraba al cielo y le decía a Dios que quería cambiar todo lo que tenía por ser como ellos. Pero Él me fortaleció e hizo de mí un hijo responsable y obediente”.
Luego de llevar una existencia dedicada al trabajo, el estudio y la religiosidad, decide unirse a Cristo al terminar la escuela secundaria. Fue una decisión que fortaleció su amor por el Omnipotente. “El deseo de servir a Dios era una idea muy fuerte cuando terminé la escuela. Entonces, empecé a frecuentar la Iglesia tradicional. Rezaba, me confesaba y hasta construí un altar con imágenes y santos de todo tipo. Después, conocí a un primo mío que era seminarista y decidí postular para ingresar al clero católico”, recuerda.
Una vez aceptado en el seno del catolicismo, a los 17 años de edad, Guillermo Camacho enfrentó un mundo rígido y severo en el que el Todopoderoso sólo asomaba como una nube lejana y distante. Según recuerda su historia tras ser admitido en la “Orden de la Merced” fue así: “pasé tres meses de prueba y después ingresé al noviciado en el Cusco, en lo que se conoce dentro del ambiente religioso como el año de prueba, y en el que se me apartó de mi familia, del mundo y viví recluido en un claustro.  El único contacto que tenía era con los sacerdotes que tenían a cargo el convento”.
Concluido su “año de prueba”, Camacho Gallo se sumergió aún más en la vida eclesiástica. Rememora que: “ingresé muy ingenuo a la iglesia católica, desconociendo muchas cosas y con el alma transparente. Cuando pasé a Lima, para recibir las clases de filosofía y teología, conocí un mundo muy oscuro. Para mí fue muy duro saber que entre los jóvenes, que se preparaban para ser sacerdotes, era muy normal y habitual tomar alcohol y realizar fiestas. Fue chocante todo eso. Allí conocí el pecado, lo que era el mundo”.
Desbordado por esa oscuridad que conoció al llegar a la capital del Perú, dice que su deseo de buscar al Salvador fue más grande y lo llevó a luchar contra todo aquello que no estaba bien. “Le pedí a Jesús que no dejara que me contaminara con el mal. Yo quería ser un sacerdote ejemplar, quería vivir para Dios, pero no deseaba contaminarme con el pecado. Entendía que el catolicismo necesitaba sacerdotes íntegros, que testificaran con su vida. Así fue que en mis rezos me comprometía con Dios y sus obras. Me inspiré en la vida de San Martín de Porras, Santa Rosa de Lima y la Madre Teresa y viví mi propia pasión”, dice.
De esa manera, entre tentaciones y templanzas, cuenta que pasó “seis largos años” en los que debió soportar todas las pruebas que se le presentaron. El apunta, empapado de lágrimas, que: “nunca quise pecar. Fueron muchas las insinuaciones para escaparme y ver películas en la noche o tomar o para ir a bailar. Pero nunca cedí. Sabía que Dios me miraba. Igual mis compañeros del seminario se burlaban de mí y me señalaban y hasta me aplicaron la ley del silencio. Yo por mi parte en mis ganas de agradar al Creador me privaba de alimentos, llevaba un cinturón de clavos en mi cuerpo y me rasgaba la piel”.
Sin embargo, un día parado en la puerta de entrada de una iglesia católica conoció a un joven llamado Miguel Ángel Camargo y encontró lo que tanto anhelaba: la verdad sobre el Todopoderoso. “Me empezó a hablar de un Dios que estaba vivo, que no conocía y quedé impactado. Me habló de experiencias que nunca había escuchado. Me invitó a su casa y acepté y me fue hablando de Dios. Siempre me visitaba. Yo les hablaba a mis compañeros de él como un joven espiritual, al cual teníamos que imitar, sin saber que era cristiano”, señala.
Después a Camacho le sucedió un sinfín de cosas en su trayecto al camino de Jesús. Se enteró que Camargo era evangélico. Se sintió engañado. Se disgustó y alejó del joven cristiano. Luego, angustiado porque necesitaba a Dios en su vida lo buscó para entregarse al Todopoderoso. Empezó a congregar en un templo evangélico. Aceptó al Señor. Se anotó, de forma clandestina, en cursos dictados por la iglesia protestante. No sabía cómo renunciar al seminario, pero quería irse.
Pidió a Dios que lo ayude a salir y cuando menos esperaba los superiores lo expulsaron acusándolo de tener faltas con las normas. Regresó a Piura, con los sueños rotos, y después de acudir a otras iglesias evangélicas, conoció la Obra de Dios. A los 28 años selló su unión a Jesucristo.
Desde entonces han pasado cinco lustros y Guillermo Camacho tiene todas sus remembranzas muy frescas y acota que: “Jesucristo me llevó a su lado. Fue Él que me sacó del mal camino. Fue Él que me hizo escuchar al Pastor Rodolfo González, en una campaña realizada en mi ciudad en 1986. Fue Él que me liberó de las cadenas a las que estaba atado y enrumbó mi vida. Su gracia infinita le puso fin a la búsqueda. El Creador calmó mi sed y me reveló el gran trabajo del Movimiento Misionero Mundial (MMM) en pro de la evangelización de los  que viven de espaldas a nuestro Señor”.
En la actualidad, este varón de Dios sirve con ahínco dentro del MMM, en su sede de Piura, y no tiene temor de afirmar su “verdad” antes del advenimiento del Creador.
Sin fingimientos, y apoyado en una fe inquebrantable, revela que: “ahora trabajo y apoyo a los siervos del Señor porque en esta Obra, que cada día recupera más almas para la gloría del Altísimo, he encontrado la libertad que buscaba desde muy niño. Quiero servir hasta que Dios me llame a su presencia. Sepan los que leen este testimonio, principalmente los impíos y los que no conocen a Cristo, que sólo en Él todo se puede y con Él la salvación es posible”.

FUENTE: IMPACTO EVANGELÍSTICO

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