Un pastorcillo beduino encontró unos rollos que habría de concitar la atención mundial y a obligar a un examen nuevo de los textos, a la luz de ese insólito material.
En la primavera de 1947, un pastorcillo beduino hizo un descubrimiento que iba a cambiar de raíz la visión que hasta entonces se había tenido de los escritos bíblicos: en la gruta de un acantilado, a las orillas del Mar Muerto, encontró unos rollos que habrían de concitar la atención mundial y a obligar a un examen nuevo de los textos, a la luz de ese insólito material que parecía llegado de un mundo extinguido.
Los Manuscritos del Mar Muerto habían pertenecido a la biblioteca de la secta judía de los Esenios, que vivía en Qumrám (voz árabe que significa ‘ruina’), a orillas del Mar Muerto.
La evidencia arqueológica muestra que ésta fue fundada a fines del siglo II antes de Jesucristo, y destruida por los romanos en el año 68 después de Jesucristo. Pero los miembros de la comunidad lograron ocultar sus manuscritos en unas cuevas cercanas, donde se conservaron hasta 1947. Escritores del Primer siglo como Plinio, Josefo y Filón explican que los esenios tenían todos los bienes en común, nunca se acercaban al Templo judío para adorar, no practicaban el sacrificio de animales y eran más estrictos en la observancia del Sábado que todas las demás sectas. El fundador de la comunidad, o la figura clave de su historia, fue el “Maestro de Justicia” mencionado en varios textos no bíblicos, pero a pesar de que existen varias interpretaciones acerca de su identidad, no se sabe a ciencia cierta quien fue.
Según los hallazgos realizados entre 1947 y 1953, la biblioteca de los Esenios contenía cierto número de trabajos apócrifos, obras relacionadas con la secta y copias de todos los libros de la Biblia escrita hasta entonces, excepto del libro de Ester. Estas copias contienen sorprendentemente poquísimas variaciones, lo que demuestra la precisión y la fiabilidad del trabajo de los escribas a través de los tiempos. Entre ellas, se encuentra el Rollo de Isaías, el más extenso y mejor conservado de todos los pergaminos del Mar Muerto. Data de los años 125-100 a.C. Tiene una longitud que rebasa los siete metros, y contiene, en veinticuatro columnas, el texto de Isaías prácticamente entero del que se muestra abajo una porción.
Fuente: Escritos para la Concordia
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