Todos sabemos que esta iglesia, privilegiada, por la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, fue la semilla de numerosas iglesias, cuando los creyentes fueron esparcidos a causa de la persecución (Hechos 8:1). Apaciguada ésta, después de la afrentosa muerte de Herodes (Hechos 12:23), es comprensible que muchos de los esparcidos volvieron a sus hogares, y ganaron un gran número de discípulos entre los judíos, pues cuando Pablo vuelve a Jerusalén en su último viaje misionero, Santiago, entonces columna «y pastor» de la iglesia judeo-cristiana en aquella ciudad, le dice: «Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley» (Hechos 21:20).
Estos millares de creyentes en Cristo que continuaban guardando las costumbres judaicas, permanecieron en Jerusalén hasta que la ciudad fue sitiada y destruida por los romanos. Sin embargo, nos cuenta Eusebio de Cesarea que un gran número de ellos escapó porque atendiendo a la advertencia de Cristo en Mateo 24:16-21 huyeron de Jerusalén y se refugiaron en Pella, al otro lado del Jordán.
MUERTE DE SANTIAGO
Algún tiempo antes del desastre nacional judío, la Iglesia tuvo que sufrir la pérdida de su amado pastor; que fue por muchos años Santiago, el autor de la epístola que lleva su nombre en el Nuevo Testamento, hermano, según la carne, del propio Señor.
Existen dos versiones sobre la muerte de Santiago, una procedente de Josefo y otra de Hegesipo, ambas coinciden en que murió apedreado, y creemos que ambas son ciertas, aunque la una complementa a la otra.
En el año 62, mientras Pablo era absuelto en Roma (conforme a su esperanza expresada en Filipenses 1:25), muere el procurador Festo, y en la breve vacante de poder que impone la llegada de su sucesor Albino, Hannan, el hijo del pontífice Anás que juzgó a nuestro Señor, hizo comparecer a Santiago, junto con otros fieles más, ante el Sanedrín y le condenó a ser apedreado, conforme a la ley judía. El relato de Josefo que nos transmite Eusebio, dice textualmente: «Hannan, juzgando que se le presentaba buena ocasión con la muerte de Festo y estando Albino de viaje, convocó al Consejo de los Jueces y haciendo comparecer al hermano de Jesús, el que se llama Cristo, cuyo nombre era Santiago, y algunos otros, los acusó de violadores de la ley y los condenó a ser apedreados.»
Sin embargo, los hombres importantes de la ciudad que parecían ser más moderados y exactos en el cumplimiento de las leyes, llevaron a mal el hecho y secretamente enviaron comisionados al rey (Agripa II), rogándole que prohibiera a Hannan repetir semejantes desafueros. Otros por su parte salieron al encuentro de Albino, que venía desde Alejandría y le dijeron que Hannan no tenía poder sin su conocimiento para convocar el Consejo (y decretar sentencias de muerte) y Albino dando por buenos estos informes escribió airadamente a Hannan. Por la misma razón le desposeyó, el rey Agripa, del sumo sacerdocio que había ejercido tan sólo tres meses, y puso en su lugar a Jesús, hijo de Dammeo.
Por su parte Hegesipo nos da estos informes complementarios: «Recibió la Iglesia juntamente con los apóstoles a Santiago, hermano del Señor, llamado universalmente “el Justo”, desde los tiempos del Señor hasta nosotros; porque hubo muchos que llevaron el nombre de Santiago, pero este fue santo desde el vientre de su madre, no bebió vino ni sidra, ni comió cosa animal... Este entraba en el templo y se le veía postrado de rodillas y pidiendo perdón por el pueblo, de suerte que se le endurecieron las rodillas como si fueran de camello de estar tanto postrado adorando a Dios... Entre los escribas y fariseos levantóse gran alboroto porque decían: “Poco falta para que todo el pueblo esté esperando a Jesús como Mesías”.
Reunidos, pues, dijeron a Santiago: «Te rogamos que detengas al pueblo, pues se ha extraviado tras Jesús como si este fuera el Mesías, te rogamos que hables a todos los que han acudido el día de la Pascua diciéndoles la verdad sobre Jesús, pues todos tenemos confianza en ti, porque nosotros te atestiguamos, y con nosotros todo el pueblo, que eres hombre justo y miras a las personas, persuade, pues, tú, al pueblo que no se extravíe respecto a Jesús… Colócate sobre el pináculo del Templo para que desde tal altura seas bien visible y tus palabras sean oídas de todo el pueblo que con motivo de la Pascua se han juntado aquí de las naciones».
Colocáronle, pues, los sobredichos escribas y fariseos sobre el pináculo del Templo y a gritos le dijeron: «Justo, a quien todos tenemos deber de obedecer; puesto que el pueblo se ha extraviado detrás de Jesús, el que fue crucificado, anúncianos a nosotros quién es Jesús».
«Y respondió con voz fuerte: “¿A qué me preguntáis acerca del Hijo del Hombre? Él está sentado en el cielo a la diestra de la potencia de Dios y ha de venir sobre las nubes del cielo”. Y como muchos quedaron confirmados en la fe, glorificaron el nombre de Jesús por el testimonio de Santiago diciendo: “¡Hosanna el Hijo de David!” Entonces los escribas y fariseos se decían unos a otros: “Mal hemos hecho procurando este testimonio acerca de Jesús. Subamos, pues, y arrojémosle abajo, a fin de que espantados, no crean en Él». Y levantaron la voz diciendo: «¡Oh, oh, hasta el justo se ha extraviado!», y cumplieron la Escritura escrita en Isaías 3:10: «Subieron, pues, y arrojaron abajo al “Justo”, y empezaron a apedrearlo, pues no había muerto de la caída, sino que levantándose dobló sus rodillas y dijo: ‘Te suplico Señor, Dios y Padre que los perdones, pues no saben lo que hacen’». Mientras así lo cubrían de piedras, uno de los sacerdotes de los hijos de Rechab gritó diciendo: “Parad, que ‘el Justo’ está rogando por nosotros”.
Pero otro de los presentes, batanero de oficio, descargó su grueso bastón, con el que vapuleaban los vestidos, contra la cabeza del “Justo” y así terminó su martirio, y le enterraron sobre el lugar, junto al templo, y su columna funeraria permanece todavía allí. Este fue testigo verdadero para judíos y griegos de que Jesucristo es el Mesías, y poco después Vespasiano puso sitio a la ciudad.
«Por esta razón se esparció la voz entre los judíos de que el sitio de Jerusalén y su ruina fue castigo del cielo por la muerte de Santiago el “Justo”».
LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN
Seis años después de la muerte de los apóstoles Pedro y Pablo, que tuvo lugar probablemente en Roma, mientras el apóstol Juan residía ya en Éfeso, tuvo lugar el acontecimiento que Jesucristo había anunciado a los judíos, la completa ruina de la ciudad de Jerusalén y el esparcimiento de los judíos por todas las naciones. Otro esparcimiento voluntario había ocurrido ya, pues se calcula que poco antes de la Era cristiana, se hallaban cinco o seis veces más judíos fuera de Palestina que en su propio país. Pero Jerusalén continuaba siendo el centro y el punto de reunión de los judíos de la «diáspora», ya que todos los judíos tenían el deber de acudir una vez al año a la ciudad santa, en una de las grandes festividades anuales de la religión judaica; generalmente en la fiesta de la Pascua. (Fue en una de estas solemnidades que vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés y millares fueron convertidos).
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