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Hoy damos gracias a Dios, y alabamos su nombre, porque esta Obra es totalmente de Él. El Espíritu Santo, el ejecutivo de la deidad en esta dispensación es quien nos guía, nos dirige, nos llena de gloria y de poder para que sigamos siempre adelante.
El Espíritu Santo le ha dado a esta Obra una fisonomía espiritual, bíblica y aún apostólica; una fisonomía de esfuerzo, de trabajo intenso, de sacrificio, de padecimientos por el nombre del Señor y de su Obra; de fe, de obediencia, de sujeción a la Palabra, de frutos, muchos frutos y frutos permanentes, de testimonio limpio, de sana doctrina, de santidad, de rechazo al mundo y a las cosas del mundo, de rechazo a la nauseabunda mezcla de tibieza, de ecumenismo, convencional y conformista, rechazo de las terapias y cataplasmas que tanto proliferan hoy, y de la rampante apostasía y pecado que permea corazones, congregaciones y concilios.
Y claro, por causa de estos principios bíblicos y cristianos, por esta conducta, por esta sujeción a Dios y a su Palabra, somos atacados, y nos tildan de cuanta cosa se les antoja, mintiendo, por aquellos que sustentan y propagan desde los púlpitos, radio y televisión sus conceptos muy livianos y diluidos del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
¡Y gloria a Dios, que nosotros estamos “gozosos de ser tenidos por dignos de padecer afrenta por el nombre del Señor”! (Hechos 5:41).
Ya han transcurrido 50 años y medio, y para la gloria de Dios podemos decir que comenzamos en victoria, hemos seguido en victoria, y estamos en victoria; conscientes de que no fuimos nosotros los que comenzamos, ni los que hemos seguido, sino que fue nuestro Dios que lo permitió, y lo hizo, lo continuará haciendo, y lo concluirá con el levantamiento de la Iglesia. Amén.
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