¿Dónde estabas cuando el hombre llegó
a la luna? Si ya habías nacido el 20 de julio de 1969, este es un momento
histórico de la televisión que recordarás–yo lo vi cuando tenía sólo cinco
años–. Las imágenes en blanco y negro del comandante Neil Armstrong pisando el
suelo del Mar de la Tranquilidad –donde se había posado el Apolo XI– inspiraron
hace poco una novela de Antonio Muñoz Molina –El viento de la luna–, pero es
también uno de los momentos estrella de la exposición de la NASA –que hay en la
Casa de Campo de Madrid– sobre La aventura del espacio, donde Dios tampoco
estuvo ausente.
La ocasión ha servido para releer los dos
visionarios álbumes que Hergé dibujó dieciséis años antes que Armstrong pisara
el píe en la luna. La primera sala trata de esos soñadores, que imaginaron el
espacio, ya en el siglo XIX. Allí no sólo están escritores como Julio Verne o H.
G. Wells, sino también Edgar Rice Burroughs –que no sólo escribió Tarzán, sino
también muchas fantasías espaciales– y Alex Raymond –padre de Flash
Gordon.
SOÑAR CON LA LUNA
La luna protagoniza cuentos, leyendas y
canciones populares. Es tanto “lunera y cascabelera”, como un gran queso de bola
en el cielo. Algo tan distante, que hasta el día hoy, todavía hay algunos que se
muestran escépticos de que el hombre haya llegado allí. Fue un científico que
trabajaba para los nazis, Wernher Von Braun (1912-1977), quien desarrolla en los
Estados Unidos el modelo de cohete que permitiría el viaje
interplanetario.
La guerra fría es el contexto del que nace la
NASA. Los rusos eran pioneros en el espacio, desde que mandaron el primer
satélite artificial en 1957, el Sputnik. Una pobre perrita, Laika, sigue su
estela, muriendo de calor en la nave. Otras dos sobrevivirán, antes de mandar al
primer hombre, Yuri Gagarin. A él se le atribuye la frase de que no vio allí a
Dios. Hoy sabemos que él nunca la dijo –era cristiano ortodoxo–. Fue una
ocurrencia de Nikita Khruschev.
La primera mujer en volar al espacio fue
también soviética, Valentina Tereshkova, en 1963 –no viajó ninguna americana
hasta el 83–. Una sala de la exposición muestra una televisión de los años
sesenta con el presidente Kennedy repitiendo una y otra vez “el reto de llevar
un hombre a la luna y devolverle sano y salvo a la Tierra”. Discurso que dio en
1961, poco después del primer paseo espacial de los rusos.
LA FE DE LOS ASTRONAUTAS
Tras el proyecto Gemini –iniciado en 1964–
viene el programa Apolo, que comienza con el desastre de 1967. La primera misión
en acercarse a la luna es la del Apolo 8. Su comandante era Frank Borman. Las
palabras que transmite al contemplar nuestro planeta: “En el principio creó Dios
los cielos y la tierra”.
Entre los tripulantes del Apolo 11 que llega a
la luna, está Buzz Aldrin, anciano de una iglesia presbiteriana en Houston. Su
pastor Dean Woodruff le sugirió llevar unas pequeñas bolsas de plástico con pan
y vino, para celebrar la Santa Cena en la luna. Lo hizo leyendo unas palabras
del Evangelio, que tenía escritas en una tarjeta –vendida en una subasta en el
2007–: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, como yo en
él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer.” (Juan
15:5).
Aldrin dice que “luego dio gracias por la
inteligencia y el espíritu que había traído a dos jóvenes pilotos al Mar de la
Tranquilidad”. Todo ello en los minutos de silencio, que no transmitió la radio.
El suceso lo cuenta en la entrevista que publicó la revista Life en agosto del
69, así como en su libro de 1973 –Regreso a la Tierra–, desarrollado en su obra
del año 2009 –Desolación magnífica–, que tuvo gran repercusión en los medios de
comunicación.
SENTIMIENTO Y TALENTO
El octavo hombre en pisar la luna fue el
evangélico James Irwin (1930-1991) –en el Apolo 15–, que la recorrió por primera
vez en un vehículo todoterreno en 1971. Al año siguiente fundó una organización
cristiana con un pastor bautista, en Colorado Springs –High Flight–, para hablar
de “cómo sintió el poder de Dios como nunca antes”. El texto que más usaba
cuando hablaba en iglesias por todo el país, es en el que meditó al recorrer los
montes de la luna: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?”
(Salmo 121).
En su magnífico libro sobre los primeros siete
astronautas, Tom Wolfe habla de la fe de John Glenn –el segundo en volar al
espacio y el primero en orbitar la Tierra–, que recibió el Premio Príncipe de
Asturias en 1999 a la cooperación internacional . En la conferencia de prensa
que dio en Washington, dice: “soy presbiteriano, protestante, y tomo mi religión
muy en serio, de hecho”.
En la fe de los astronautas, a veces predomina
el sentimiento –como Irwin, que acabó buscando el Arca de Noé en el monte
Ararat–, y en otros el talento –como en la frase de Glenn, que Wolfe interpreta
correctamente de acuerdo a la religión americana de que “Dios ayuda a los que se
ayudan a sí mismos”–. El Evangelio, en realidad, no es ninguna de las dos cosas.
Ni la comunión individual de Aldrin, ni la incomprensión de Glen, cuando dice:
“Mirar este tipo de creación, y no creer en Dios, es imposible”.
DIOS Y LA CREACION
La verdad es que se puede mirar la Creación, y
no creer en Dios. ¿Por qué? Aunque “los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo
19:1), los hombres “honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador”
(Romanos 1:25).
Si miramos a las cosas creadas, para que nos
den el sentido, la esperanza y la felicidad, que sólo Dios puede darnos, seremos
esclavos de un ídolo, en vez de Dios. Abraham fue llamado de la ignorancia de
rendir culto a la luna, a servir y a adorar al Dios vivo y verdadero. La promesa
que recibió, no era fácil de creer. Cuando Dios sin embargo le dio el hijo
prometido, lo amó por encima de cualquier cosa.
Cuando Dios le pide sacrificar ese hijo en un
monte (Génesis 22:2), le pide que elija entre el don y el Dador, una opción que
nos resulta imposible. Sabemos que Dios nos ha dado la vida, pero sin embargo
nos aferramos a ella como lo único que tenemos. Cuando Abraham está dispuesto a
entregarle a su hijo (vv. 9-10), Dios le muestra que su gracia está en que Él ha
provisto un sustituto: un carnero es ofrecido en su lugar (v. 13).
MÁS ALLA DE LAS MONTAÑAS DE LA
LUNA
Muchos años después en otra montaña, que
tampoco es de la luna, otro hijo es puesto a morir en un madero. Sólo que en
aquel monte no hubo una voz del cielo que anunció su liberación, sino que gritó:
“¡Dios mío!, ¡Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. El Padre pagó entonces la
deuda que todos tenemos con Dios, en el más profundo silencio. Ya no debemos ver
por lo tanto el universo como algo vacío, o impersonal. Nos muestra que “el que
no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32).
El hombre puede conquistar la luna, pero no su
corazón. La más grande aventura de la vida no es viajar al espacio, sino confiar
en el Dios vivo, que se revela en unas montañas aún más trascendentes que las de
la luna. El Dios que habla en el Sinaí es quién nos dice en el Calvario que su
amor es más alto que los cielos, y nunca nos abandonará. Porque el Sol de
justicia ha vencido toda injusticia, y nunca se apagará
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