Rev.
Samuel David Mejía
Dios
nos entrega una visión exacta de sus planes, pero no estamos exentos de cometer
errores. La visión siempre es perfecta, pero nosotros somos seres humanos llenos
de imperfecciones.
“Pero Jehová había dicho a Abram: vete de tu
tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te
mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu
nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te
maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”
Génesis12:1-3.
¿Qué significa el término “visión”? La visión
consiste en una meta definida que Dios pone frente a nosotros. En la que
alcanzamos a ver alguna tarea o misión cumplida antes de haberla realizado. En
la visión, Dios define claramente sus expectativas: tanto lo que pretende hacer
con nuestras vidas, como lo que espera de nuestra parte. Para ilustrar este
mensaje, recurriremos a la vida del patriarca Abraham, y analizaremos los pasos
que aquel hombre de fe dio, hasta lograr cumplir la visión.
I. COMUNIÓN Y OBEDIENCIA
En los versículos que citamos, hallamos que lo
primero que Dios hizo con Abraham fue mostrarle una visión y hablar directamente
con él, ordenándole que saliera de Ur de los Caldeos, una tierra pagana (v. 1).
Este hecho denota que Abraham gozaba de una comunión profunda con Dios, y por lo
tanto, Dios tenía tratos individuales con él.
La primera visión que Abraham tuvo fue de tipo
general o global. En ella, Dios le dio una serie de directrices a seguir en el
presente, para así poder alcanzar las promesas futuras que también incluía la
visión. En obediencia abandonó sus posesiones y privilegios en la tierra de los
Caldeos, y salió rumbo a la tierra de Canaán. He aquí el primer paso a seguir
para que se cumplan los propósitos de Dios en nuestras vidas: debemos obedecer
ante cualquier tipo de demanda o de sacrificio que Dios exija de nosotros para
el cumplimiento de la visión.
Durante su recorrido por la tierra de Canaán,
Abraham tuvo un segundo encuentro de poder con Dios. En aquel lugar de
peregrinación, Dios le entregó otra promesa a aquel hombre de fe, y esta fue: “A
tu descendencia daré esta tierra” (Génesis 12:7). Aquella promesa consistía en
un detalle o aspecto que no habían sido incluidos en la visión general que Dios
le entregó a Abraham en Génesis 12:1-3. Cuando damos el paso de la obediencia,
el Señor nos concede una visión más concreta e individualizada de los planes que
Él tiene para con nosotros. En efecto, en la segunda visión que encierra el
verso 7, Dios se muestra más exacto que en la primera visión.
Abraham supo cuál sería su participación dentro
de aquella primera visión general o global. Asimismo, Dios le ha entregado a
esta obra del Movimiento Misionero Mundial una visión global en cuanto a la
evangelización del mundo; pero en esta visión general, nosotros tenemos una
visión individual y una participación personal o específica.
II. CORREGIR LAS
EQUIVOCACIONES
A pesar de haber recibido las dos mencionadas
anteriormente, Abraham cometió una serie de errores. En Génesis 12:10, vemos a
Abraham preocupado por el hambre que hubo en la tierra, por lo que decidió, sin
consultar a Dios, descender a Egipto. A este primer error, sumó el de mentir con
respecto a su esposa, Sara, a quien hizo pasar por su hermana. Faraón oyó alabar
por sus súbditos la belleza de Sara, y empezó a entregarle dones como vacas,
ovejas, siervos, criadas, etc.
¡Cuidado con los negocios que nos mantienen
fuera de la voluntad de Dios! Los negocios no son para una persona a quien Dios
le ha entregado una visión. Entre aquellas criadas que le regaló Faraón, estaba
Agar, que con el transcurso de los años, se convirtió en una fuente de problemas
entre Abraham y Sara.
Siempre hemos de tener presente que, aun cuando
Dios nos entrega una visión exacta de sus planes para con nuestra vidas, no
estamos exentos de cometer errores. La visión siempre es perfecta, pero nosotros
somos seres humanos llenos de imperfecciones. El tercer paso a dar, para que se
cumpla la visión, pues, consiste tanto en reconocer nuestras faltas como también
estar dispuestos a corregirlas.
Esto requiere que tengamos un espíritu humilde.
Hay personas a quienes Dios les ha entregado una visión perfecta, pero que se
han desviado del propósito de Dios, y en vez de corregir su error, se mantienen
empecinados en su conducta. No tienen la capacidad de doblegarse y humillarse
ante Dios para reconocer sus faltas.
Asimismo, por su orgullo, se niegan a confesar
sus errores ante los demás.
Abraham recapacitó, y rectificó su conducta. En
Génesis 13:3-4, leemos: “Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el,
hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, al lugar
del altar que había hecho allí; e invocó allí Abram el nombre de Jehová”. Es
menester que volvamos al lugar donde Dios quiere que estemos, si por
equivocación nos hemos salido del lugar que Dios nos había mostrado, como
individuos, iglesias locales o concilio. No importa cuál sea la posición que
ocupemos en la obra de Dios, si no somos capaces de corregir nuestras faltas, no
servimos.
Por ejemplo, hay líderes que salen de la
posición que Dios les ha dado, y cuando se le llama la atención para que vuelvan
a ocupar su lugar, se enfurecen, se sienten mal, y comienzan a defender sus
propios puntos de vista. Es que el orgullo humano hace que no corrijamos
nuestras equivocaciones, y que empecemos a justificar nuestros errores. Uno
piensa que, aunque se encuentra en Egipto y fuera de la voluntad de Dios, la
visión habrá de cumplirse en nuestras vidas. Sin embargo, esto no es así. La
visión se cumple en la tierra que Dios nos ha mostrado (Génesis 12:1), en la
posición que él nos ha dado, en el lugar espiritual que Dios ha escogido para
usted en la iglesia. Cuando una persona decide apartarse de la visión, las
repercusiones en su vida espiritual y personal son inmediatas.
Hermano, si usted quiere que la visión se cumpla
en su vida, no tiene otra opción sino la de regresar al lugar de la revelación,
allí donde está el altar de Jehová. De no hacerlo, la visión quedará truncada,
cortada a mitad de camino.
III. TENER UN CONTACTO FÍSICO CON EL
OBJETO DE LA VISIÓN
En Génesis 13:14-17, Dios le revela a Abraham un
detalle suplementario de la visión que tenía para él: “Alza ahora tus ojos, y
mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al
occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti a tu descendencia para
siempre (...) Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho;
porque a ti la daré”.
Dios ordenó a Abraham que éste recorriera la
tierra de Canaán de norte a sur y de este a oeste. En otras palabras, Dios
quería que Abraham tuviera un contacto físico con la tierra que Él le había
otorgado. Esto indica que la visión no puede cumplirse, si no tenemos un
contacto directo con el objeto de esa visión. Por ejemplo, si Dios le indica a
una persona que lo usará como predicador, esta visión no se cumplirá si la
persona no empieza a predicar en su propio barrio o en la puerta de su casa. Si
usted no tiene ese contacto directo con la visión, la misma se atrofia y nunca
se llegará a cumplir.
La visión genuina o auténtica siempre confronta
obstáculos y problemas. Por lo tanto, si Dios le ha llamado, póngase en contacto
con la visión, y camine a lo largo y a lo ancho, para que se le quiten los
temores.
Dios quería que Abraham sintiera, tocara, y
palpara el objeto de su visión. Dios le instó a que conociera de cerca el lugar
que Él le habría de dar. Durante su vida, Abraham sólo poseyó un cementerio en
Canaán, porque él no tenía el dinero suficiente para comprar toda la tierra. Sin
embargo, no necesitaba hacerlo, porque Dios se la había entregado. Cuando el
patriarca empezó a recorrer la tierra a lo largo y a lo ancho, se olvidó de sus
limitaciones, de sus temores, del hecho de que no tenía dinero para
comprarla.
Al recorrer la tierra, al tener contacto con el
objeto de la visión, Abraham recibió la fe de aquel territorio que le
pertenecería un día. Asimismo, amado lector, usted ha de mantener un contacto
mínimo con la visión que Dios le ha dado. Esto le infundirá fe de que la visión
le pertenece, y que Dios cumplirá su promesa.
IV. ENCONTRARNOS CON EL SUMO
SACERDOTE
En Génesis capítulo 14 leemos acerca de cuatro
reyes que se aliaron para hacerles la guerra a las ciudades de Sodoma y de
Gomorra. Aunque aquella guerra no le concernía, vemos que Abraham se vio
indirectamente involucrado en la misma, por cuanto su sobrino, Lot, residía en
Sodoma y fue llevado cautivo. Por causa de Lot, pues, Abraham armó a sus criados
y fue a pelear contra aquellos reyes para rescatar a su sobrino.
Tras haber perseguido y vencido a aquel
ejército, Abraham tuvo un encuentro con un hombre a quien no conocía:
Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Dios (Génesis 14:18-20). Aquel
sacerdote lo bendijo, y Abraham le entregó el diezmo de todo cuanto poseía.
Hasta aquel momento, Abraham siempre había tenido encuentros con el Dios
Altísimo.
En cada uno de aquellos encuentros, Dios le
había revelado su omnipotencia y su magnificencia. Sin embargo, para que la
visión se cumpliera, Abraham tuvo que ver a Dios en su verdadera dimensión. Hay
quienes le sirven a Dios, quienes le han entregado sus corazones a Cristo, pero
que no han conocido a Dios en su verdadera dimensión. No obstante, hasta que no
hayan tenido ese encuentro de poder con Dios, esas personas nunca serán capaces
de cumplir la visión que Dios tiene para ellas. En efecto, como seres humanos
que somos, tenemos limitaciones y vemos todo desde nuestro prisma limitado. Dios
quería que Abraham ampliara su visión, porque si nos mantenemos confinados en
nuestras limitaciones, encerrados en nuestros miedos, nunca podremos llegar a
nada con Dios.
Si usted ha recibido una visión y tiene temores,
es porque no conoce a Dios en su verdadera dimensión, ¿Acaso existe algo
imposible para Dios? ¡Nada! Por lo tanto, aquel que conoce a Dios en su
verdadera dimensión, no le da lugar al miedo ni al temor.
Después de la batalla, Abraham conoció a Dios
como el Dios Altísimo. Este hecho implica que tenemos que estar dispuestos a
pelear, a entrar en la batalla contra nuestros pensamientos y nuestros conceptos
humanos. Dios dice en su Palabra: “Porque mis pensamientos no son vuestros
pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8).
Cuando recibimos una visión de Dios, tenemos que
preservarla y pararnos firmes sobre ella. No podemos permitir que nada ni nadie
nos aparte de la misma. El Señor nos da esta advertencia en las Sagradas
Escrituras: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno
tome tu corona” (Apocalipsis 3:11).
V. LA MUERTE DE LA VISIÓN
MISMA
En Juan 12:24, leemos: “De cierto, de cierto os
digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si
muere, lleva mucho fruto”. Este es el paso más doloroso, difícil y delicado de
todos, es decir: que la visión misma muera.
Existe un proceso triste para todo aquel que
tiene una visión de parte de Dios. Este es que dicha persona debe estar
dispuesta a ver morirse la visión. Cuando Moisés salió a visitar a sus hermanos,
recibió la visión divina relativa a su función de libertador. Así que, cuando
vio al capataz egipcio golpeando a un israelí, decidió matarlo y esconderlo en
la arena. Sin embargo, le denunciaron a Faraón, y tuvo que huir como un criminal
a la tierra de Madián. En aquel lugar, y tras una espera de cuarenta años, la
visión murió.
Después de aquellas cuatro décadas, Moisés vio
una zarza ardiendo, la cual no se consumía. Cuando él se acercó, Dios le ordenó
que quitara el calzado de sus pies porque se encontraba en un lugar santo.
Moisés obedeció, y se postró delante de Dios. En aquel momento, Dios le llamó y
le ordenó que sacara al pueblo de Israel. Las diferentes excusas que puso Moisés
para no obedecer al llamado, nos plantean una serie de preguntas. ¿Qué había
sucedido con lo que él había experimentado y sentido cuarenta años atrás? ¿Por
qué él había querido, en aquella época, libertar al pueblo, y ahora se negaba a
hacerlo? Porque la visión había muerto en él.
Es necesario que la visión muera en nosotros.
¿Por qué? Para que se nos desgarre el corazón al constatar que está muerta; y
también para que Dios pueda resucitarla desde el medio de la zarza. La visión
resucita en el desierto, en terreno santo y divino. Aquel día, la visión de
liberación resucitó para Moisés. Amado lector, hoy ha llegado el día para que la
visión resucite. Acércate al lugar santo, y Dios lo hará desde el medio de la
zarza. Para Él no existe nada imposible. Dios les bendiga.
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