Bienaventurados los de limpio corazón, porque
ellos verán a Dios.” Mateo 5:8. Podemos alcanzar cierto grado de pureza en esta
vida, pero ella viene de Dios.
Si fuere imposible vivir en santidad, Dios no
lo hubiera ordenado. El Señor dice: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová
vuestro Dios» (Levítico 19:2). Ser santo significa ser separado para Dios. La
santidad la define la propia naturaleza de Dios. Ser apartados para Dios nos
hace santos.
Las buenas obras no nos hacen santos. Somos
hechos santos por medio de la fe en Cristo, y también por fe somos salvos. Poco
a poco, mientras crecemos y vivimos en el Señor, nos parecemos más y más a Él (2
Corintios 3:18).
Si ponemos nuestra vista en el Señor Jesús,
pensamos en Jesús, estudiamos su vida, oramos a Jesús, y buscamos seguir su
ejemplo, nos pareceremos más a Él. Comenzamos a pensar y actuar como Él. Nos
asemejaremos a Él porque hemos sido apartados para Él. Esta es la verdadera
santidad.
Si eres cristiano, dentro de diez años tu vida
será considerablemente diferente de lo que es ahora. Tus motivos y deseos serán
cada día más elevados, en la medida que te acerques a Él.
Jesús dice: «Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8). Podemos alcanzar cierto grado
de pureza en esta vida. Pero ella viene de Dios, a medida que crecemos en la fe
y nos acercamos cada día más a Él. Aunque la perfección no se alcanza
completamente en esta vida, debemos buscarla y aspirar a ella en todo momento,
porque la madurez cristiana y la santidad forman parte de la vida de los hijos e
hijas de Dios responsables. La santidad es también práctica. La madurez en la
santidad se observa en aquellos que han dejado de preocuparse por sus propias
necesidades y se han identificado totalmente, dentro de la visión global de su
Padre, con la tarea de transformar un mundo herido. La santidad engendra la
actitud madura que nos impulsa ha convertirnos en instrumentos de Cristo, para
cumplir con los anhelos de la oración del Señor (Mateo 6:10).
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la
cual nadie verá al Señor.” Hebreos 12:14.
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