*Simulación del posible rostro de Jesús según la BBC
INTRODUCCIÓN
En el capítulo 11 versículo 35 del evangelio de Juan leemos el que es considerado el versículo más corto de la Biblia, Jesús se echó a llorar .
Este breve párrafo está incluido en la narración de la muerte y
resurrección de Lázaro, uno de los amigos más íntimos y cercanos de
Jesús.
¿Por qué Jesús lloró ante la tumba de su amigo? Él sabía que tan sólo
en cuestión de minutos iba a resucitarlo y Lázaro volvería a la vida y
disfrutaría nuevamente de la relación con sus hermanas y, también, con
el mismo Jesús.
De hecho, esta respuesta de Jesús no es únicamente sorprendente porque
sabía que iba a resucitar a su amigo, sino también porque de modo
consciente, digamos premeditado, había tomado la decisión de retrasar su
viaje cuando había recibido notificación de la enfermedad de su amigo.
La respuesta a la reacción de Jesús es muy simple. Lloró porque se
sintió, tal y como indica el mismo pasaje, profundamente conmovido.
Lloró porque esa es la respuesta normal de cualquier ser humano ante la
pérdida de una persona estimada y querida. Lloró porque es humano llorar
ante el dolor y no olvidemos que, ante todo y sobre todo, Jesús era
total y absolutamente humano y como tal reaccionó.
JESÚS ESE DIOS TAN HUMANO
Jesús fue un ser humano como tú y como yo. El evangelio de Juan, en el
capítulo 1 versículo 12, nos indica que Dios se hizo ser humano y vivió
entre nosotros. Dicho de otro modo, tomó la decisión de dejar el cielo y
mudarse a tu vecindario, ser un nuevo habitante del barrio.
Esto siempre ha creado muchos problemas a muchos cristianos. Desde el
comienzo del cristianismo para muchas personas ha sido imposible
concebir que Dios se hiciera humano. Los docetistas, por ejemplo, una de
las tempranas herejías de la cristiandad, consideraban que Jesús tenía
forma humana, pero que en absoluto era un ser humano como nosotros.
Influenciados por la filosofía griega que dictaminaba que todo lo
material era malo por definición y sólo lo espiritual era bueno, también
por definición, no podían concebir que Dios, espíritu puro por
definición, pudiera limitarse a un cuerpo humano. En su forma griega de
ver el mundo, el cuerpo era la prisión opresora del alma. Un día tomando
forma humana iba mucho más allá de lo que sus mentes podían imaginar y,
mucho menos, aceptar. Por tanto, simplemente negaban la humanidad de
Dios, aunque para ello tuvieran que negar, no únicamente el pasaje de
Juan que ya hemos mencionado, sino otros tan importantes como Filipenses
capítulo 2.
Jesús fue tan humano como tú y yo podamos jamás serlo. Como cualquier
otro hombre estuvo sujeto a las limitaciones del tiempo y el espacio. Si
estaba en Jericó no podía estar simultáneamente en Jerusalén. De hecho,
este fue uno de los reproches que tuvo que escucharse de María cuando
llegó ante la tumba de Lázaro, Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero no era posible, no tenía el don de la ubiquidad.
Jesús sufrió el cansancio físico, espiritual y emocional tal y como tú y
yo lo experimentamos. Una atenta lectura de los evangelios revelará una
y otra vez evidencias de la humanidad de Jesús, de cómo experimentó
todas y cada una de las dimensiones de la experiencia humana, tanto las
buenas como las malas. De hecho, el Maestro experimentó la más humana de
todas las experiencias, el dolor y la muerte. Cualquiera que haya visto
la película La Pasión , del australiano Mel Gibson habrá podido comprender mucho mejor la humanidad de Cristo expresada en su dolor y muerte.
La Palabra de Dios indica en Hebreos 4 que Jesús ha experimentado todas nuestras pruebas .
Este pasaje no indica que literalmente haya pasado por todas y cada una
de las experiencias singulares y únicas de cada ser humano. El pasaje
se refiere a que ha experimentado todas las dimensiones, vuelvo a
insistir, incluida la muerte, de cualquier ser humano.
Ya hemos dicho que experimentó el dolor físico y la muerte. Pero la
Biblia también nos indica en más de una ocasión que experimentó tremendo
dolor emocional y espiritual, baste para ello recordar la experiencia
de Getsemaní, justo antes de ser apresado. Los pasajes de los evangelios
están salpicados de expresiones que nos muestran la intensa vivencia
emocional de Jesús ante el dolor, la enfermedad y la miseria humana en
general.
Jesús fue un incomprendido por su generación. No sólo por la
inteligencia religiosa de su época, sino también por sus propios amigos y
familiares. Estos últimos se burlaban de él e incluso consideraban que
estaba fuera de su sano juicio.
Jesús experimentó el ser traicionado por alguien en quien había
depositado toda su confianza. También el sentirse abandonado por sus
seguidores y amigos más íntimos en el momento de más necesidad y
angustia. Incluso Pedro, aquel que había prometido morir con él si fuera
necesario, no tuvo empacho en negarlo tres veces para salir en una
situación embarazosa. Sentirse solo y abandonado fue algo con lo que
tuvo que convivir.
Sufrió, como tantos de nosotros los prejuicios raciales. Entre los
judíos por ser galileo, entre los no judíos precisamente por eso, por
serlo. Los samaritanos le negaron auxilio en momentos de necesidad.
También experimentó el ser juzgado y condenado por sus opiniones
religiosas y no querer bailar al son de la música que tocaban los
“espirituales” de la época. Fue tachado de bebedor y comedor, de
relacionarse con la gente de la peor calaña.
Experimentó el sentirse usado por la gente, que se movía por sus
propios intereses y no por una preocupación auténtica por el Reino de
Dios. Lo querían hacer rey, por supuesto, pero simplemente porque les
alimentaba. Tuvo que vivir en carne propia la ingratitud de aquellos que
se habían beneficiado de sus milagros y sanidades.
Nos cuenta pensar en Jesús teniendo la urgencia de hacer sus
necesidades, aguas mayores y menores. Al Maestro roncando, estornudando o
tirándose un pedo. ¡Mucho menos enfermo! Nos suena casi blasfemo pensar
en nuestro Dios de este modo tan vulgar. Sin embargo así fue Jesús, tan
humano, tan radical y auténticamente humano como tú y como yo.
Incluso fue tentado. Los evangelios nos narran únicamente una de las
ocasiones en que Jesús sufrió la realidad de la tentación y la
posibilidad de pecar. Porque lo creas o no, Jesús pudo pecar. El
evangelio de Lucas nos dice al respecto, El diablo, entonces, terminó de poner a prueba a Jesús y se alejó de él en espera de una ocasión más propicia.
¿Cuántas veces más fue tentado Jesús? ¿Qué otro tipo de tentaciones
experimentó? ¿Tuvo tentaciones sexuales? Si Jesús fue totalmente humano
podemos pensar que pudo sufrir cualquier tipo de tentaciones. Cualquier
que yo he sufrido él la pudo sufrir. Cualquiera que tú has sufrido, él
la pudo sufrir. La única limitación sería las tentaciones que su entorno
y su realidad humana le propiciaran. No lo olvides Jesús fue tan humano
como cualquier de nosotros.
Sólo existe una dimensión de la experiencia humana que Jesús no vivió,
¡Y gracias a Dios por ello, pues lo califica para ser nuestro salvador!
El pecado. El pasaje de Hebreos que antes mencionaba –capítulo 4:14-16-
indica que, excepto el pecado ha experimentado todas nuestras pruebas.
Así es, donde Adán falló, Jesús triunfó. En contraste con la
desobediencia de Adán tenemos la obediencia de Cristo, quien por tal
razón es llamado el nuevo Adán, el nuevo hombre que cumplió con las
expectativas de Dios.
Sin embargo, Jesús no experimentó el pecado, no porque potencialmente
no pudiera –vuelvo a insistir- sino porque decidió obedecer y pudo
resistir la tentación.
Por eso la encarnación es algo tan importante, clave y sustancial para
nosotros. Por eso la encarnación es mucho más que un concepto o una
doctrina teológica, es la base por la cual nosotros podemos establecer
una relación personal y significativo con el Dios hecho ser humano.
UN DIOS QUE PUEDE ENTENDERTE E IDENTIFICARSE CONTIGO
Porque Jesús ha sido humano como tú y yo y ha compartido la realidad y
la experiencia humana, es por lo que la Biblia puede afirmar en el ya
mencionado pasaje de Hebreos, Pues no tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario,
excepto el pecado ha experimentado todas nuestras pruebas.
No importa lo que yo pueda sentir, pensar, vivir, desear, sufrir, Jesús
lo puede entender total y perfectamente. No existe absolutamente
ninguna dimensión de la experiencia humana que nosotros podamos estar
atravesando que él no pueda entenderla y sentirse identificado con la
misma.
Hay pensamientos, actitudes, tensiones, situaciones, motivaciones,
omisiones y acciones que nos hacen sentir derrotados, hundidos, sucios,
miserables, indignos, avergonzados, despreciables. Sin embargo, nada de
esto toma por sorpresa a Jesús. Nada puede escandalizarle, nada le puede
parecer extraño, nada le puede producir rechazo o asco hacia nosotros.
Esto es debido a que él ha estado allí, ha vivido la experiencia humana,
ha bajado hasta lo más profundo de la realidad de cada hombre y mujer.
Ha participado de nuestra degradación y miseria y, por tanto, puede
comprender, puede sentirse identificado y, lo que es más importante,
puede sentir y mostrar compasión por nosotros.
Piensa por un momento en ti mismo. Todos nosotros tenemos y vivimos lo
que yo he dado a llamar “áreas oscuras”. Puede tratarse de hábitos,
motivaciones, adicciones, pensamientos, valores pautas de conducta,
etc., etc. Cosas de las que te sientes avergonzado. Cosas que te hacen
sentir miserable, indigno, sucio y despreciable ante los ojos de Dios.
Hablo de cosas con las que probablemente has estado batallando durante
tiempo y tiempo. Sobre las que has hecho promesa tras promesa de cambio y
rectificación. Simplemente para, como el perro, volver a tu propio
vómito. Hablo de cosas de las que te sientes avergonzado y de las cuales
te horrorizarías si pudiera descubrirla la persona que está a tu lado.
Hablo de cosas que te hacen sentir sucio e indigno delante de Dios y
que Satanás se encarga de recordarte una y otra vez, especialmente en
aquellas situaciones estratégicas que requieren de ti santidad, entrega,
dedicación.
Hablo de cosas que automáticamente te descalificarían para el
ministerio si otros las supieran o, tan siquiera, las pudieran intuir.
Cosas que están ahí.
Disculpa, pero he de decirte que nada de eso puede sorprender a Jesús.
Nada de eso puede escandalizarle. Nada de eso le suena extraño o lejano
porque él entiende cuán difícil, compleja y delicada es la experiencia
humana. No olvides que estuvo allí y, a excepción del pecado, lo
experimentó.
Jesús entiende y porque ha estado allí puede mostrarte compasión, puede
identificarse contigo y tus luchas. No me malinterpretes. No estoy
diciendo que frivoliza con tu pecado. No estoy diciendo que le quite
importancia. No estoy diciendo que de una forma condescendiente dice, tranquilo, Félix, ya sé que es muy complicado el ser un ser humano. No le des más importancia, nadie es perfecto.
Jesús no le quita gravedad a tu pecado. No hace que lo incorrecto
parezca correcto. No justifica lo que haces o dejas de hacer. No afirma
que no tiene importancia y consecuencias. Jesús afirma que entiende, que
comprende, que puede sentirse identificado con tu realidad y que desde
esa comprensión puede trabajar contigo, si así lo deseas, para
cambiarla.
Yo, personalmente, no podría seguir a un Dios que no ha participado de
la experiencia humana. Sería incapaz de reverenciar y comprometerme con
un Dios que no ha pisado esta tierra y ha tenido que pasar por las
mismas pruebas, luchas, tensiones y tentaciones que yo paso, vivo y
experimento.
¿Cómo podría confiar en un Dios así? ¿Qué tipo de comprensión podría
esperar de Él? ¿Cómo podría abrirle mi corazón y ser vulnerable, honesto
y transparente con un Dios que nunca ha dejado su trono celestial?
Afortunadamente, nuestro Dios no es así. Ha sido como uno de nosotros
y, por eso, porque entiende, porque puede identificarse, podemos
acercarnos a Él con plena confianza.
DIOS QUE TE PERMITE ACERCARTE CON CONFIANZA
El ya tantas veces mencionado pasaje del anónimo libro de Hebreos dice así, Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro .
Déjame llamar tu atención acerca de una palabra muy simple, pero a la vez muy importante. Se trata de la conjunción pues .
Esta pequeña y sencilla palabra tiene en gramática un valor
condicional. Dicho de otro modo, sirve para unir dos razonamientos uno
de los cuales tiene sentido y valor a causa de otro anteriormente
expuesto. Bien, procuraré en enrollarme e ir al grano.
Lo que el autor de Hebreos viene a decir usando esta conjunción es que
Jesús puede mostrarse compasivo con nosotros debido a que J ha sido como
uno de nosotros y, en esa condición, ha sufrido todas las pruebas que
nosotros hemos sufrido –de nuevo a excepción del pecado-, por todo ello
es que tú y yo podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia y
allí encontrar el oportuno socorro. Dicho de otro modo, si Jesús no
hubiera pasado por nuestra experiencia no podríamos acercarnos a su
trono de gracia con plena, total y absoluta confianza.
Quiero llamar tu atención sobre el hecho de que se habla de acercarnos
al trono de la gracia, no al trono del juicio. En la antigüedad, el
trono estaba asociado con el poder y la justicia. Los reyes se sentaban
en ellos cuando ejercían su condición de juez.
Era normal que en los tiempos antiguos una persona no pudiera acercarse
al trono real sin haber sido previamente convocado. Hacerlo, tal y como
vemos reflejado en el libro de Esther (especialmente los capítulos 4 y
5), equivalía a la posibilidad de ser ejecutado a menos que el monarca
extendiera su cetro tocando a quien osaba aproximarse y, de este modo,
le mostrara gracia.
Pero, afortunadamente, esta no es la idea que se transmite en el pasaje
de Hebreos. Es más bien todo lo contrario. Se nos indica que en
cualquier momento tienes total y absoluta libertad para presentarte
delante del trono del Dios que gobierna y controla el universo. Y
además, dice que lo puedes hacer con total y absoluta confianza, sin
ningún miedo a ser destruido o consumido. Sabiendo que siempre serás
bienvenido.
Vuelvo a insistir que te acercas al trono de gracia. Porque cuando
llegas hasta allí te encuentras con Jesús. El que ha vivido la
experiencia humana como tú y como. Te encuentras con alguien al que nada
le va a escandalizar. Con alguien que se siente identificado contigo,
que te entiende y que no juzga, sino que está dispuesto a ayudar.
EL DIOS QUE TE QUIERE AYUDAR
Hallar gracia para el oportuno socorro . Te
acercas al trono y en vez de juicio encuentras comprensión,
identificación y gracia. Te acercas al trono y recibes del Dios que ha
sido humano el oportuno socorro.
Primero la gracia, el sentirse aceptado, comprendido, amado a pesar del
pecado y la miseria con la que vamos. Después la ayuda para poder
cambiar y superar nuestra situación y nuestra miseria.
Estamos ante el trono y escuchamos este diálogo, Tranquilo Félix,
yo sé cuán dura, compleja y difícil es la experiencia humana. No lo
olvides, yo he estado allí. Lo que cuentas es serio y grave, no voy a
engañarte al respecto, pero puedo entenderte y no dejo de amarte. Ahora,
si quieres, vamos a trabajar para superar esta situación. Puede llevar
tiempo, puede ser doloroso, pero juntos lo vamos a hacer.
Es precisamente esta situación de seguridad ante Jesús y con Jesús la
que nos permite la libertad para afrontar el cambio tantas veces como
sea necesario, una y otra vez, porque siete veces cae el justo y siete se levanta y porque Jesús enseñó que debemos perdonar setenta veces siete .
Va más allá de este artículo desarrollar las maneras prácticas en que
recibimos el oportuno socorro. Pero, como tal vez estés en la misma
situación que yo, luchando con pecados que parecen incrustados,
fosilizados, pertinaces en nuestra experiencia humana. En fin, pecados
de los que uno pensara que es imposible librarse de ellos. Uno de los
medios de socorro es el poder contar con una estructura de rendición de
cuentas. Otros creyentes como tú, con quien tengas la libertad y el
derecho de ser un ser humano y que pueden ayudarte a recibir ese socorro
oportuno y necesario.
APLICACIÓN
Hay tres aplicaciones que quisiera dejar contigo.
La primera es que Jesús te concede el derecho a ser
un ser humano. Jesús te conoce tal y como eres, puede identificarse
contigo, puede comprender tu situación, cualquiera que esta sea, no
importa lo miserable, monstruosa o escandalosa que otros –incluso tú
mismo- piensen que puede ser. El puede entenderte, comprenderte y
compadecerse.
Esto te da la posibilidad y el privilegio de ser genuino y honesto
contigo mismo. Puedes ser tú, no tienes que negar, sublimar,
racionalizar o justificar nada, absolutamente nada. Tal vez por primea
vez puedes ser honesto contigo mismo y afrontar tu realidad. Puedes y
debes aprender a vivir con tu humanidad.
La segunda es que puedes acercarte a Jesús con
honestidad, de forma transparente y genuina. Recuerda que te acercas al
trono de gracia donde te espera Jesús que te va a entender, que no te va
a rechazar, que puede sentirse identificado contigo y que te dará el
oportuno socorro. No tienes que ocultar nada, no necesitas fingir, no
necesitas pretender ser lo que no eres.
Además, recuerda que puedes volver a ese trono una y otra vez. No
necesitas ser invitado. No hay miedo de ser rechazado. Siempre vas a
encontrar la misma respuesta y actitud de parte de Jesús.
La tercera es que debes mostrar a otros la misma
gracia, comprensión e identificación que Jesús muestra hacia ti. El
reconocimiento de tu miseria te ayudará a ser más compasivo con la
miseria de otros. Esta, la miseria de otros ya no te será una amenaza.
Al aprender a vivir con tu humanidad, un derecho que Jesús te ha dado,
podrás vivir con la humanidad de otros y mostrarte compasivo y ofrecer,
cuando esté a tu alcance, el necesario socorro.
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