Rev. José Arturo Soto Benavides
Cuando Cristo se reveló a Saulo, éste le abrió
su corazón e hizo una pregunta que cambiaría para siempre su existencia: “Señor,
¿qué quieres que yo haga?” Aquella alma salvada tenía un objeto y un propósito
inherentes, e inmediatamente se puso a la disposición de su
Salvador.
“Mas yendo por el camino, aconteció que al
llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;
y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú
persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y
entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:3-6).
La conversión de Saulo de Tarso marcó una
etapa importante y crucial en la historia de la Iglesia, y asimismo fue la
bisagra que abrió la puerta a una visión más amplia del propósito de Dios dentro
de su Obra. El enemigo había estado atacando dura y violentamente a la Iglesia
recién nacida, por cuanto sabía que mientras hubiese un pueblo alcanzado por la
redención, éste sería un ejército poderoso que lo vencería.
I. DE PERSEGUIDOR A SIERVO DE
JESUCRISTO
Convencido de que hacía lo correcto, y porque
sentía que el judaísmo era amenazado por el cristianismo, Saulo perseguía a los
cristianos sin misericordia con la meta de extirpar de ellos la fe en
Jesucristo. “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a
hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:3).
Definitivamente, Saulo ignoraba que él era una marioneta en las manos del
diablo, y que éste estaba usando su fanatismo religioso para perpetrar sus
ataques contra la Iglesia de Cristo.
Sin embargo, desde que Saulo presenció la
muerte de Esteban, el primer mártir de la iglesia, en su conciencia se había
quedado grabada la imagen de aquel varón arrodillado, pidiéndole a Dios que no
tomase en cuenta el pecado de aquellos que lo mataron injustamente (Hechos
7:60). A pesar de su oposición abierta contra el cristianismo, Saulo había sido
traspasado por el Evangelio que Esteban predicó el día de su muerte, y la
Palabra que sembró aquel hombre de Dios estaba dando resultado. En efecto, desde
que el Evangelio fue sembrado en su corazón, Saulo se sentía aguijoneado por las
dudas, y luchaba contra ellas; mas su alma estaba al descubierto ante los ojos
de Dios, y por lo tanto, Cristo le dijo: “Dura cosa te es dar coces contra el
aguijón” (Hechos 9:5).
Dios estaba esperando, pues, el momento
oportuno para cruzarse en el camino de Saulo. Y ese momento llegó cuando éste se
estaba dirigiendo a Damasco, con la intención de atacar y arrestar a los
cristianos refugiados allí. Cuando Cristo se reveló a Saulo, éste le abrió su
corazón e hizo una pregunta que cambiaría para siempre su existencia: “¿Qué
quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Aquella alma salvada tenía un objeto y un
propósito inherentes, e inmediatamente se puso a la disposición de su
Salvador.
II. LOS RETOS Y LOS SUFRIMIENTOS DE LA
VIDA DE SERVICIO
“Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué
quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te
dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:6). Después de levantarse, Saulo se percató
de que se había quedado ciego; mas siguiendo las directrices de Dios, entró en
Damasco y esperó allí hasta que el Señor le dijera lo que tenía que hacer. Así
lo hizo, y estuvo tres días en ayuno esperando la respuesta a su pregunta.
Mientras tanto, Dios le dio una visión a otro
discípulo llamado Ananías, y le ordenó que fuese a orar por Saulo de Tarso. Por
supuesto, Ananías sabía quién era Saulo y cuáles eran sus primeras intenciones
al llegar a Damasco, mas aquel hombre de fe no vaciló en su obediencia, aun
sabiendo que con ello exponía su vida, en términos racionales y humanos, por
ende, Ananías no era conocido por los hombres. Eso sí, aunque quizá los hombres
ignoraban su existencia, Dios lo conocía y lo convirtió en el instrumento que
entregaría su mensaje al ex perseguidor de la Iglesia.
Dios le reveló a aquel discípulo humilde cuál
sería el ministerio de Pablo. “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido
es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de
los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi
nombre” (Hechos 9:15-16). También Ananías tuvo el privilegio de imponer sus
manos sobre Pablo para que éste recibiera la vista y fuera lleno del Espíritu
Santo (Hechos 9:17).
Las palabras que Dios le dijo a Ananías sobre
Saulo denotan cuán alta calidad de servicio Dios exige por parte de sus
instrumentos. Y ciertamente, el servicio a Dios nunca es sencillo, simple ni
tampoco fácil. En su llamado al servicio, Dios involucró todas las áreas de la
vida de Pablo, el sufrimiento inclusive. Quizá sonaba pomposo e importante de
predicar ante los reyes y los emperadores de aquel tiempo, mas aquella misión se
llevó a cabo; el precio pagado fue: cadenas, prisiones, castigos, torturas y
hasta la muerte por decapitación.
Cuando Jesús llegó a Betania, María se
preguntaba qué podría ofrecerle al Señor, por cuanto su hermana Marta le había
regalado con sus mejores manjares. No obstante, ella se acordó de repente que
también tenía algo valioso que ofrecerle a Cristo: un vaso de alabastro que
contenía un perfume de nardo puro muy costoso que servía de dote a las novias.
En un servicio de consagración a Dios, María renunció a su dote (e incluso a la
posibilidad de casarse), y rompió aquel frasco para derramarlo a los pies del
Maestro; entonces la casa entera fue llena de la exquisita fragancia. Esto
significa que en nuestras vidas siempre hay algo, algún talento, que vale la
pena poner en las manos de Dios para bendición de otros.
El Señor está contando con nosotros para que
le sirvamos, pero todo depende de nuestra disposición parar hacerlo. No podemos,
pues, defraudar el propósito para el cual hemos sido perdonados.
III. LLAMADOS Y CAPACITADOS PARA EL
SERVICIO
Dios siempre llamó a personas para
capacitarlas con el fin de que llevasen a cabo sus planes. Nuestro amado
Salvador escogió a doce apóstoles para que le rodearan y fueran su elite
principal; mas aun así, tres de los discípulos eran más cercanos a Él, y de los
tres Juan fue el que más intimó con Jesucristo.
Ninguno de los apóstoles escribió como Juan
acerca del Maestro. A diferencia de los demás Evangelios, Juan inicia su
Evangelio con una estremecedora profesión de su fe en su divinidad. “En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era
en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de
lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de
los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y la tinieblas no
prevalecieron contra ella” (Juan 1:1-5).
La parábola de los talentos es portadora de un
mensaje poderoso (Mateo 25:14-30). El Señor repartió talentos a varios de sus
siervos según la capacidad de cada uno; mas al último solamente le entregó un
talento para que éste lo hiciera fructificar. El error de aquel hombre consistió
en pensar que al no haber recibido una mayor cantidad de talentos, podía
arrogarse el derecho de no hacer nada. Sin embargo, nadie en el Reino de los
Cielos tiene ese derecho. No hay una posición neutra que podamos adoptar: el que
había recibido un talento podía haberlo duplicado. Un talento era la más alta
medida que se usaba para el oro, la plata y los metales preciosos, y un talento,
de por sí, era muy valioso; mas aquel perezoso no lo quiso entender, y dejó
morir el talento al enterrarlo… ¿Dejará usted también morir su talento al
enterrarlo y no dejarlo fructificar?
Dios ha llamado y dotado con un poder especial
a sus santos: “Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este
misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,
a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda
sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo
cual también trabajo, luchando según la potencia de Él, la cual actúa
poderosamente en mí” (Colosenses 1:27-29). La dinámica de este ministerio no
radica en el grado académico, en la madera regular de la que estamos hechos, ni
tampoco los alcances económicos, sino el poder de Dios moviéndose en cada uno de
nosotros. Es menester que sigamos la dinámica de Dios, y prediquemos el
Evangelio por cualquier medio que Dios ponga a nuestro alcance.
El camino de la vida de servicio y de
consagración es angosto, y el que quiera seguirlo hallará obstáculos y
oposiciones. Cuando Saulo de Tarso inició su ministerio, sintió el rechazo de
los judíos que planeaban matarlo, y de la propia Iglesia que no confiaba en él,
ni creía en su salvación genuina. “Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse
con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo”
(Hechos 9:26).
La batalla de la fe no ha cambiado durante el
transcurso de los siglos, sino que, por el contrario, se ha arreciado. Tenemos
que batallar contra tres enemigos: el mundo, la carne y el maligno. La victoria
sobre el mundo estriba en nuestra separación con él; la victoria sobre la carne
en crucificarla y no manchar nuestro testimonio; la victoria sobre el enemigo de
nuestras almas en llevar puesta la armadura que detiene sus dardos
encendidos.
Satanás es un experto en hacernos ver nuestra
entrega a Dios como algo inútil. Sin embargo, él no tiene parte ni suerte con
nosotros, y Cristo aseveró que las puertas del infierno no prevalecerían contra
la Iglesia. ¿Acaso no es éste un potente grito de guerra? Los gobiernos del
mundo legalizan el pecado y el mundo intenta seducir al pueblo de Dios con sus
sistemas, sus tentaciones y su vida barata… Más ¿tiene la Iglesia de Dios parte
ni suerte con el mundo? ¿Debemos imitar al reino de este mundo para que nos
acepte? ¡De ninguna manera! Hemos sido llamados para ponernos a luchar en el
frente de batalla, no para retroceder ante el enemigo.
Los guerreros de Dios siempre son una minoría
calificada. Los siete mil hombres que no doblaron sus rodillas ante Baal ni lo
besaron tan sólo se abstuvieron de la idolatría, mas nunca pelearon abierta y
públicamente contra ella por miedo a las represalias de la reina impía Jezabel
(1 Reyes 19:18). Dado que los siete mil se escondían, y no testificaban de su fe
en Jehová, su potencial inutilizado se reflejó en el ministerio de poder de
Elías. Este profeta valiente y aguerrido no temió en enfrentarse solo contra el
pueblo, los profetas de Baal y la misma Jezabel para defender el nombre de
Dios.
Los siete mil eran un residuo fiel, pero
ineficaz. Y así también hay gente en las congregaciones que son muy fieles, pero
no son aguerridos y se comportan con pasividad. La falta de apoyo generó el
desaliento en Elías, y el diablo tuvo un aliado dentro del campamento de Dios.
¿Será usted uno de esos siete mil fieles a Dios más ineficaces en lo que se
refiere a su misión?
CONCLUSIÓN
Hermano, ¿puede Dios contar con usted? ¿Está
usando su potencial para la gloria de Dios y el beneficio tanto del mundo como
de la iglesia? Es hora de que nos pongamos a trabajar, y desenterremos el
talento que hemos escondido bajo tierra. Si no lo hacemos, tendremos que oír la
dura reprensión de nuestro Señor, diciéndonos: “Siervo malo y negligente…
Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que
tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será
quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el
lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:26-30).
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