Ella
fue amante de la hechicería, él de las juergas. Ella intentó matarlo en dos
ocasiones, él sobrevivió para malograrle la vida. Ella endureció su corazón y él
ablandó su carne. De esa vida mundana se construyó una ejemplar familia
transformada por la poderosa Palabra de Cristo. La historia del Pastor Andrés
Espejo y su esposa María Cerdán son la muestra que el Señor todo lo puede.
Andrés Espejo Luna Victoriay María Cerdán
Ascencio no se ponían de acuerdo en nada o casi nada. Una existencia en común
penosa, dolorosa y plagada de disputas los había colocado en la antesala del
divorcio en el preludio de los años noventa. Se conocieron siendo adolescentes,
en el añejo barrio limeño de La Victoria e iniciaron una relación que se movió
entre el amor y el desamor y en la que el Todopoderoso apenas fungió de figura
decorativa. Eran de esas parejas que, como otras tantas del Perú y del mundo
entero, vivían en medio del pecado y de espaldas al Creador. Hasta que
conocieron la Palabra de Cristo.
La relación de Andrés y María fue salvada en
el último aliento por Jesucristo, a través de su Siervo Rodolfo González Cruz,
quien los evangelizó y logró que se unieran a Dios en 1993. Espejo, ex alcalde
de La Victoria entre 1987 y 1989, y su mujer, hoy transformada en una de las
hermanas más activas de la Obra del Señor, eran sólo dos rumbos distintos que
convivían “por apariencia” bajo un mismo techo cuando llegaron a la Iglesia
principal del MMM en el Perú. Era tanta su separación que aquel 17 de junio de
1993, fecha en la que el Señor los convocó a su rebaño, tampoco se pusieron de
acuerdo al llamado de Dios.
La historia de su vida no estuvo precisamente
tocada por la fe cristiana. Comenzó como una pareja común y corriente,
emparejada el 23 de marzo de 1973 después de 10 años de relación. Era una
existencia en medio del pecado y la vida mundana. Además, en el clímax de su
unión, singularizada por su pasión por la marinera, una danza del norte peruano,
el Pastor Andrés Espejo empezó en los años ochenta su ascenso en el terreno
político y se introdujo en un escenario libertino y desenfrenado.
Cuando alcanzó el sillón municipal de La
Victoria, el 9 de noviembre de 1986, el hermano Andrés consideró que, por fin,
la vida le daba una gran oportunidad: “gané un municipio muy difícil de Lima y
pensé que había tocado el cielo y que era más popular que el propio Presidente
de la República”, comenta ahora a la distancia. Sin embargo, el éxito electoral
fue la bomba que detonó encima de su matrimonio y lo condenó a oscilar por las
vías del reino del maligno. Así, una vez envestido como autoridad pública, se
sometió al alcohol, las reuniones sociales y las bajas pasiones.
Su mujer, fanática de la iglesia tradicional
en ese momento, tampoco fue inmune a la onda expansiva generada por el triunfo
del ex militante del Partido Aprista Peruano. Infeliz, harta de guardar las
apariencias y de las infidelidades de Espejo, Cerdán vivió un calvario paralelo
a las andanzas de su marido. Un sufrimiento extremo que ella recuerda con las
siguientes palabras: “yo sabía de las aventuras de mi esposo y peleaba y
discutía con él. Y al ver que todo en mi existencia era infelicidad me dediqué a
consumir pastillas y tomar whisky y evadir la realidad que me tocaba vivir. Me
encerraba en mi habitación y hasta descuidaba la atención de mis hijos. En
determinado momento toqué fondo”.
Durante siete años, Andrés Espejo y María
Cerdán mantuvieron un enlace destructivo. Ella fue amante de la hechicería, él
de las juergas, ella fue tímida, él procaz, ella intentó matarlo en dos
ocasiones, él vivió para malograrle la vida más de una vez, ella endureció su
corazón y él ablandó su carne hasta el punto de llegar a estar a un paso de
abandonar su hogar para irse a vivir con una de sus amantes.
Es en ese escenario que el Todopoderoso se
lanza en pos de la recuperación de dos almas perdidas y descarriadas. Con el
apoyo de la madre y las hermanas de María, entregadas al cristianismo a mediados
de los ochenta, inicia su irrupción en atención a las diversas oraciones de los
familiares.
Luego, el Reverendo González Cruz, a quien
Espejo odiaba, vituperaba y maldecía, les llevó la Palabra de Dios y marcó el
inicio de aquello que parecía imposible: la restauración de su matrimonio. Diez
y ocho años después, la pareja concuerda que: “Jesús obró de gran forma en
nuestras vidas. El reconstruyó lo que el diablo destruyó. Cuando nos entregamos
a nuestro Señor conocimos la verdad y recuperamos el amor y cariño que habíamos
perdido durante tanto tiempo. Desde ese momento todo cambió para nosotros y
nuestros hijos. Nos empezamos a comprender y nuestras existencias se marcaron
con el Poder de Cristo”.
La fuerza del Todopoderoso fue tal que Andrés
Espejo, y su cónyuge, le consagraron sus existencias, en poco tiempo fueron
promovidos por los Oficiales Nacionales del MMM en el Perú para predicar la
Palabra del Creador, primero en el distrito capitalino de Barranco, en 1996, y
desde hace seis años en Villa María del Triunfo, populoso distrito en el Cono
Sur de Lima. Ambos emprendimientos de sustancial éxito y que en opinión del
Pastor Espejo son única y exclusiva “responsabilidad de la luz bendita de
Cristo, quien permitió que su Obra se engrandeciera y se desarrollara cada día
más”.
En tiempos donde existen miles de matrimonios
rotos, con altos índices de divorcios, Andrés Espejo, de 60 años, y María
Cerdán, de 59 años, nos demuestran que Jesús es el mejor consejero conyugal y
que a su lado no hay nada inalcanzable. Los dos con este testimonio se
convierten, por intermedio de las páginas de Impacto Evangelístico, en una
excelente noticia, no porque ellos lo pretendan o necesiten, sino porque lo
precisa la sociedad mundial y, en especial, los que desconocen o ignoran la
grandeza del Señor
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