miércoles, 13 de febrero de 2013

¿Dónde está el Dios de Elías?

E. Leonard Ravenhill
 
“Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo.” 2 Reyes 2:12-14.
A la pregunta: ¿Dónde está el Dios de Elías? Respondemos: Pues ¡donde ha esta­do siempre: en su trono! Pero ¿dónde están los Elías de Dios?
 
Sabemos que «Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras», pero, ¡ay!, nosotros no somos hombres de oración como él. Hoy Dios parece olvidar a los hombres de oración; no porque somos demasiado ignoran­tes, sino porque somos demasiado autosufi­cientes. ¡Hermanos, nuestras capacidades son nuestros impedimentos y nuestros talentos piedras de tropiezo!
 
Elías salió de la oscuridad al escenario del Antiguo Testamento como un hombre madu­ro. La reina Jezabel, había destruido a los pro­fetas de Dios reemplazándoles por sacerdotes de divinidades falsas. Oscuridad espiritual cu­bría la tierra. El pueblo estaba ciego y bebía la iniquidad como agua. Cada día se levantaban nuevos templos paganos, donde se practicaban crueles ritos en los que perecían inocentes vícti­mas humanas de niños y doncellas.
 
Sin embargo, de su profunda apostasía Dios levantó a un hombre –no un comité, ni una secta, ni un ángel sino un hombre–, y un hombre de pasiones semejante a las nuestras. Dios llamó a un hombre, no a predicar, sino «a estar en el portillo». Como Abraham en anti­guos tiempos, así ahora Elías «estuvo ante el Señor». Por esto el Espíritu Santo pudo escribir su biografía en dos palabras: «Elías oró» Nadie puede hacer nada más importante para Dios y para los hombres. Si la Iglesia tuviera hoy tantos ardientes intercesores como tiene con­sejeros diligentes, veríamos el despertamiento universal antes de un año.
 
 
Tales hombres de oración son siempre bene­factores nacionales. Elías era uno de éstos. Oyó una voz, vio una visión, experimentó un poder, se enfrentó con un enemigo y, contando con Dios como aliado, obtuvo una gran victoria.
 
Las lágrimas que derramó, las angustias que sufrió y los gemidos que profirió están escritos en el Libro de las Crónicas de Dios. Por fin, Elías emergió con la infalibilidad de un profeta. Co­noció la mente de Dios. Por tanto, un solo hom­bre conquistó una nación y alteró el curso de la Naturaleza. Este, «desecho de los hombres», se mantuvo firme e inconmovible como los mon­tes de Galaad cuando cerró los cielos con su pa­labra. Por la llave de la fe, que se adapta a todos los cerrojos, Elías cerró los cielos, se puso la llave en el bolsillo y Acab tembló. Aunque es mara­villoso cuando Dios se apodera de un hombre, es todavía más admirable cuando un hombre se apodera de Dios. Que un hombre de Dios «gima en el espíritu», y Dios clamará: «Dejadme ha­cer.» Nosotros quisiéramos las proezas de Elías, pero no sus destierros.
 
Hermanos, si hacemos la obra de Dios, a la manera de Dios, en el tiempo de Dios y con el poder de Dios, tendremos la bendición de Dios y las maldiciones del diablo. Cuando Dios abre las ventanas del cielo para bendecirnos, el dia­blo abre las puertas del infierno para atacarnos. La sonrisa de Dios significa el ceño del diablo. Los simples predicadores no pueden ayudar ni dañar a nadie; pero los profetas conmueven a todo el mundo y hacen desesperar a algunos. El predicador suele ir con la multitud, el profe­ta va en contra. Un hombre pobre, pero ardien­te y lleno de Dios, será tildado de mal patriota porque habla contra los pecados de su nación; de severo, porque su lengua es una espada de dos filos; de desequilibrado, porque el peso de la opinión está en su contra. El predicador será ensalzado, el profeta abucheado.
 
¡Ah, hermanos predicadores! Amamos a los santos de la antigüedad, mártires y reformado­res. Veneramos a nuestros Luteros, Bunyans, Wesleys, Asburys, etc. Escribimos sus biogra­fías, reverenciamos su memoria, redactamos respetuosos epitafios, les construimos monu­mentos Lo hacemos todo menos imitarles. Ve­neramos como reliquia hasta la última gota de su sangre; pero nos guardamos de derramar una gota de la sangre nuestra.
 
Juan el Bautista pudo mantenerse seis me­ses en prisión; pero él y Elías no podrían per­manecer seis semanas en la calle de una ciudad moderna. Los encerrarían en manicomio por reprender el pecado y no silenciar su mensaje.
 
Los evangelistas de nuestros tiempos lloran el poder de los sistemas ateos, pero cierran la boca ante la amenaza de la religión nominal y apóstata. América se estremecería de costa a costa si algún predicador famoso atacara, a las religiones humanamente organizadas y sus errores; nadie siente compasión por las mul­titudes engañadas, en vida y en muerte, con formas nocivas de religión. Tales multitudes tienen que conmovernos, como conmovieron a Elías circunstancias parecidas. El enemigo ha venido como un río. ¿No hay ningún guerrero de Dios, revestido con la armadura del Espíri­tu Santo, capaz de levantar bandera contra él? Sólo un lugar mantendrá el corazón en pasión y los ojos en visión. Este lugar es la cámara se­creta de la oración. Elías, con un volcán en el corazón y voz de trueno, apareció en el reino de Israel para un tiempo como ése.
 
Las dificultades para la evangelización mundial si muchas en nuestros días. Pero las dificultades dan lugar a hombres decididos. ¿Has llegado ante ríos que te parecen invadea­bles? ¿Te hayas ante montañas incruzables? Dios es especialista de cosas imposibles para todo otro poder.
 
Pero el precio es alto. Dios no quiere ser nuestro asociado sino a condición de ser dueño.
 
Elías vivió con Dios. Consideró los pecados de la nación como pecados contra Dios; se en­tristeció sobre tales pecados como Dios mismo, y habló contra ellos como Dios. Fue tan apa­sionado en sus oraciones como en su denuncia del mal. Su predicación era como fuego y los corazones de los hombres como metal fundido.
 
Pero «por el Señor son ordenados los pa­sos del hombre» (Salmo 37:23). El Señor dijo a Elías: «Esconderte», y más tarde dijo: «Muéstrate». Habría sido un gran error esconderse cuando tenía que reprender a reyes por el amor de Dios, y peligroso desafiarles sin or­den expresa del Señor. Es un error predicar si el Espíritu nos ordena esperar en el Señor. Debemos aprender a decir como David: «Alma mía, en Dios solamente reposa (espera)» (Salmo 62:5). ¿Quién se atreverá a pedir a Dios cortar todos nuestros propios apoyos? Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Sus caminos son «escondidos», pero Él nos los revela por el Espíritu Santo.
 
¿Le ordenó Dios alojarse en Cherit y Sarep­ta en algún gran hotel? ¡Oh, no! ¡A este profeta de Dios, a este predicador de la justicia le fue ordenado alojarse en casa de una viuda pobre!
 
Más tarde la oración de Elías fue un modelo de oración concisa: «Respóndeme, Jehová, res­póndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos» (1 Reyes 18:37). E. M. Bounds tiene razón al decir que las oraciones breves en público son el resultado de largas oraciones en secreto. Elías oró, no por la destrucción de los profetas idólatras, ni que cayeran rayos so­bre el rebelde pueblo de Israel, sino para que la gloria y el poder de Dios se revelaran como Dios quisiera.
 
Nosotros tratamos de ayudar a Dios a sa­lir de las dificultades. Recordad que Abraham lo intentó, y has­ta el día de hoy el mundo sufre su error a causa de Ismael. En cambio, Elías trató de poner las cosas más y más difíciles para Dios. ¡Pidió fuego e hizo empa­par el altar de agua! Dios quie­re vernos atrevidos en nuestras oraciones. «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra» (Salmo 2:8). ¡Oh hermanos ministros! La mayoría de nues­tras oraciones son advertencias y consejos a Dios.
 
Nuestra ora­ción está teñida de egoísmos, ya sea para nosotros mismos, para nuestra denominación o para nuestro grupo ¡Perezca tal pensamiento! Nuestro objetivo debe ser Dios solo. Es su honor el que está puesto en juego. Su bendito Hijo el que es despre­ciado e ignorado. Sus leyes, quebrantadas. Su nombre, profanado; su Libro, olvidado, y su Casa, convertida en un círculo de actividades recreativas Dios necesita mucha paciencia para con las oraciones de su pueblo. Le decimos lo que tiene que hacer y cómo. Hacemos juicios y formulamos apreciaciones cuando oramos.
 
En una palabra: lo hacemos todo menos orar. Sin embargo, en ninguna Escuela Dominical pue­de aprenderse este arte. ¿Qué escuela bíblica tiene la oración como una de sus asignaturas? La ciencia más importante que uno puede es­tudiar es la oración según la Biblia. Pero ¿dón­de se enseña semejante ciencia? Liándonos la manta a la cabeza nos atreveremos a decir que muchos de nuestros presidentes y maestros no oran ni derraman lágrimas ante Dios. ¿Cómo pueden enseñar lo que no saben?
 
La persona que pudiera inducir a muchos creyentes a orar levantaría el más grande des­pertamiento que el mundo haya conocido. La falta no está en Dios. «Él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros» (Efesios 3:20). El proble­ma para Dios hoy día no es el Ateísmo, ni la Religión falsa, ni el Liberalismo o Modernis­mo. El problema para Dios es el Fundamenta­lismo muerto.

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