viernes, 8 de febrero de 2013

Rodolfo Gonzáles Cruz

El Matrimonio y el Ministerio
 
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Rev. Luis M. Ortiz
Dios siempre ha establecido normas de conducta muy elevadas para su pueblo, y muy especialmente para sus ministros, pues, además de esas mismas normas para los creyentes a estipulado requisitos aun más elevados y exigentes para sus ministros.
En el Antiguo Testamento, en cuanto a los sacerdotes, en el capítulo 21 del libro de Levítico encontramos que en cuanto a su carácter los sacerdotes tenían que ser santos, leemos: “Santos serán a su Dios, y no profanarán el nombre de su Dios” (Levítico 21:6).
En cuanto al matrimonio, el sacerdote tenía que casarse con una mujer virgen, no podía casarse con viuda, ni con ramera, ni con repudiada por fornicación. En cuanto al testimonio y al hogar, si un sacerdote tenía una hija soltera que comenzare a fornicar, por ser esto una deshonra al padre y al ministerio, la joven era quemada hasta morir. En cuanto a lo físico, el sacerdote tenía que ser sin defecto, no podía ser ciego, ni cojo, ni mutilado, ni sordo, ni con pie ni mano fracturados, ni jorobado, ni enano, ni tener nube en el ojo, ni sarna, ni empeine. En cuanto a las vestiduras, los sacerdotes tenían que vestir conforme lo indicado por Dios, tenían que cubrirse bien. Cuando algún sacerdote deshonraba el ministerio, Dios lo juzgaba severamente, algunas veces con la muerte; esto sucedió a los hijos Aarón que eran sacerdotes; los hijos de Elí por adúlteros y profanos, murieron el mismo día, conforme Dios los había sentenciado.
En tiempos de Ezequiel, las abominaciones eran tales en el pueblo y los gobernantes, que también habían envuelto a los sacerdotes e invadido el santuario. Dios ordenó marcar en la frente a los que oraban y clamaban a Dios en contra de estas abominaciones, y sobre el resto Dios envió mortandad. Y en el templo milenial los sacerdotes descendientes de aquellos sacerdotes que en épocas pasadas no honraron el ministerio, no podrán ser sacerdotes en el templo milenial, solamente serán ayudantes de los sacerdotes y porteros del templo. Dios exigió, exige y seguirá exigiendo santidad, fidelidad en sus ministros.
LOS PROFETAS. Los profetas vivían una vida sencilla y austera, generalmente vivían una vida separada del bullicio, y eran vistos en el público, especialmente cuando tenían un mensaje de Dios para dar. Sus vidas santas y su fuerza moral eran la única credencial humana que tenían, y el poder de Dios en ellos era la fuerza avasalladora que hacía temblar reyes e imperios. Así como hubo sacerdotes que deshonraron el ministerio sacerdotal, también hubo profetas que deshonraron, desobedecieron, en su ministerio profético y murieron.
En el libro de Deuteronomio 18:20, dice: “El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá.” También leemos en el libro de Jeremías 29:21 y 23, como sigue: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, acerca de Acab hijo de Colaías, y acerca de Sedequías hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi nombre: He aquí los entrego yo en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, y él los matará delante de vuestros ojos… Porque hicieron maldad en Israel, y cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos”. Y ciertamente hubo muchos profetas falsos, mentirosos, dados al vino, impíos, hipócritas, aduladores, alocados, pecadores, insensatos, mercenarios, livianos, prevaricadores, pero a todos los juzgó Jehová.
Ayer como hoy, Dios exige moral, dignidad, austeridad, testimonio, obediencia, fidelidad, santidad a sus ministros y predicadores. Si fuertes fueron las exigencias para el ministerio en el Antiguo Testamento, mayores son en el Nuevo Testamento, pues, “oísteis que fue dicho: “No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28).
Las demandas de la Gracia son mayores que las de la Ley, la diferencia es que el verdadero cristiano, el que ha nacido de nuevo, tiene la gracia, la fortaleza, la presencia de Cristo, y el poder del Espíritu Santo que le ayuda a vencer en toda tentación y andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados.
Con relación al matrimonio el sacerdote no podía casarse con una mujer que hubiera sido mujer de otro, viuda, repudiada, ramera, tenía que casarse con una virgen. Tampoco él podía tener más de una mujer, no podía adulterar con la mujer de su prójimo, ni ir con las rameras, ni repudiar, ni divorciarse de su esposa para casarse con otra. Dice la Biblia, leemos: “Ahora, pues, oh sacerdotes, para vosotros es este mandamiento… Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos… Y esta otra vez haréis cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Más diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto… Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que Él aborrece el repudio (divorcio)” (Malaquías 2:1, 7, 13-16). Así que los sacerdotes no se podían divorciar y recasar, tenían que ser marido de una sola mujer.
El apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo, escribiendo a Timoteo y a Tito, en las epístolas pastorales establece varios requisitos para los obreros del Señor, para los pastores, ministros, evangelistas, para el ministerio cristiano entre estas: irreprensible, irreprochables, que no tengan de que avergonzarse, que no sean causa de reprensión ni de escándalo; marido de una sola mujer, lo mismo que Dios aplicó a los sacerdotes del Antiguo Testamento lo aplica el Espíritu Santo a los sacerdotes del Nuevo Testamento, a los pastores y ministros; ni divorcio ni recasamiento, cuando hay divorcio y recasamiento el hombre tiene su legitima esposa con quien se casó originalmente, que aunque separados físicamente, delante de Dios sigue siendo su legitima esposa y tiene la que no es legitima.
Así que no es “marido de una sola mujer” (1 Timoteo 3:2), tampoco es irreprensible, esta descalificado para ser pastor o ministro. La Biblia aramea dice: “que no haya tenido más de una mujer”, la Biblia de Jerusalén dice: “que no se haya casado más de una vez”, esto de “marido de una sola mujer”, es una objeción, un reproche, una censura al divorcio y al recasamiento, pues volverse a casar siendo viudo no descalifica. San Pablo dice a los viudos: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense” (1 Corintios 7:8, 9).
EL CASO DE DAVID. Hay quienes toman el adulterio de David para querer justificar sus adulterios.
En primer lugar David era digno de muerte, el mismo se sentenció cuando el profeta Natán le preguntó, él dijo: “es digno de muerte”. David mismo no murió, pero murió el hijo del adulterio a los siete días de nacido, él mismo no murió por haber tenido en poco la Palabra de Dios, por haber menospreciado a Dios, por unos momentos de placer carnal con la mujer de Urías; la espada y la muerte jamás se apartaron de su casa.
En segundo lugar David no ejercía un ministerio sacerdotal ni profético, ni de naturaleza y carácter espiritual, no era ministro, él era rey, este era un oficio civil, político, administrativo, militar. Y aun si hubiese estado atendiendo sus deberes políticos y militares como rey no hubiese cometido semejante crimen moral y físico. Si David hubiese sido sacerdote y no rey, se hubiese descalificado como sacerdote, pues las exigencias morales y ceremoniales para los sacerdotes eran estrictas, el día que el sacerdote tenía que entrar en el santuario, no podía tener relaciones íntimas con su propia esposa, mucho menos podía ser un adúltero.
Los hijos del sacerdote Elí, que también eran sacerdotes, Ofni y Finess, murieron el mismo día conforme un profeta de Dios le había avisado a Elí por ser profanos y adúlteros pues dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión; “estos son manchas”, dice Judas en su epístola (v. 12).
Un evangelista predicaba al aire libre en Brooklyn, Nueva York, y en una pausa que hizo, se oyó la voz de una mujer que no era su esposa, que le gritó: “Cállate mentiroso, este hijo que tengo conmigo es tuyo”. “Estos son manchas”.
Que bueno sería para el Evangelio, y para la causa de Cristo, si todos los que ocupan púlpitos que no dieran con estas cualificaciones, y parece que tampoco son capaces de llenarlas, abandonaran sus posiciones y el ministerio y dejaran que el Señor colocara hombres que honran el ministerio y obedecen la Palabra. Que bien le harían a la Obra de Dios.
La obra de Dios sufre más por los intrusos, profanos, adúlteros e impíos adentro; que por los Faraones, Herodes, Nerones de afuera.
Estimado amigo, este es el mensaje auténtico de la Biblia. Dios es amor, pero también es justo, es fuego consumidor (1 Juan 4:8; 2:29; Hebreos 12:29). Él nos ama a nosotros, pero odia el pecado en nosotros. Dios en su amor quiere salvarnos y llevarnos a su cielo a su gloria, pero en su justicia no puede salvarnos y llevarnos al cielo manchados con la inmundicia del pecado (Apocalipsis 21:27). Dios en su sabiduría proveyó el plan de redención para lavarnos de nuestros pecados, perdonarnos y llevarnos al cielo. La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7), y entonces limpios tenemos que vivir en santidad, porque sin santidad, nadie verá al Señor (Hebreos 12:14).
Y “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Pedro 2:9). No se puede tomar el sacrificio y al muerte sangre de Cristo livianamente “porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados” (Hebreos 10:26). Estos tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, tienen el corazón habituado a la codicia y son hijos de maldición.
Amigo, en estos momentos puedes ser limpio de todos tus pecados arrepintiéndote y aceptando a Jesucristo como tu gran Salvador. Descarriado, en estos instantes puedes retornar al Señor arrepentido, Él te recibe. Hermano, retén firme lo que tienes para que nadie tome tu corona. Amén.
 
 



1 comentario:

  1. Aleluya.....Gloria a Dios.....me gozo del mensaje de mi Señor Jesucristo, es la mejor manera de mantenerce firme y fiel, el Ministerio de Dios, para la Evangelización de la Palabra Poderosa, a las Almas Perdidas.....
    Sigamos adelante, siempre firme, como Soldados Fiel..Aleluya...Cristo nos ama..............Aleluya.....Siempre en Victoria........Gloria a Dios...Aleluya...

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