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Rev. Luis M. Ortiz
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” Juan 8:32, 36.
Libertad del yugo de la ley. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El alma en pecado está bajo la condenación y maldición de la ley, “pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
El alma en pecado es prisionera de la ley bajo sentencia de muerte. “Porque la paga del pecado es muerte...” (Romanos 6:23). El hombre por sí mismo no puede librarse del cautiverio de la ley, pues, el apóstol Pedro dijo que era “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hechos 15:10).
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese (libertase) a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo… Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:4-7). Positivamente “Cristo nos redimió (libertó) de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13).
Y somos exhortados a estar “firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1).
Libertad de la enfermedad. La enfermedad física es una consecuencia del pecado, y el pecado es del diablo. No quiere decir que cada enfermedad se deba directamente a un pecado oculto, sino que la enfermedad en su origen es del diablo.
Dios describe la enfermedad como una aflicción de Satanás. “Y quitó Jehová la aflicción de Job” (Job 42:10).
Jesucristo describe la enfermedad como una ligadura, o atadura de Satanás. “Y había allí una mujer que desde hace dieciocho años tenía espíritu de enfermedad…” (Lucas 13:11-16).
El Espíritu Santo describe la enfermedad como una opresión de Satanás. “Sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hechos 10:38).
Vemos pues que la enfermedad es una aflicción, una ligadura, una opresión, un cautiverio de Satanás. “Para esto apareció el Hijo de Dios (Jesucristo), para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8), y “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Él nos liberta del cautiverio de la enfermedad “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17).
Libertad de este siglo malo. “El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). El mundo cuyo príncipe y dios es Satanás (Juan 12:31; 2 Corintios 4:4). Es la totalidad de las tendencias que se oponen a Dios. El mundo posee una triple fuerza de seducción para llevar a los hombres a la corrupción que está en el mundo (2 Pedro 1:4).
Esta triple fuerza de atracción es la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida (1 Juan 2:16). “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”, pues la amistad con el mundo es enemistad con Dios (Santiago 4:4). Por tanto, “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).
Nuestro Señor Jesucristo además de libertarnos de este presente mundo malo nos guarda sin mancha de este mundo (Santiago 1:27). “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4, 5).
Libertad de adoración. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo (santuario) por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19). La adoración a Dios es el más elevado privilegio de un mortal, por cuanto es la contemplación reverente de la gloria de Dios, de su hermosura y de su majestad.
Al pecador no arrepentido le está vedado todo acceso a Dios para tener comunión con él y adorarle, pues, “Dios no oye a los pecadores” (Juan 9:31). “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2).
Una de las grandes bendiciones del Evangelio es tener acceso a Dios, para comulgar con Él, y adorarle sin la intervención de mediadores humanos, y sin la presentación de sacrificios propios. Esta bendición, este privilegio, esta libertad, la tenemos únicamente por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. “Teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 10:19; 4:16). ¡Gracias a Dios por esta libertad!
Libertad de la muerte. “Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15).
Satanás es descrito como el que tenía el imperio de la muerte y por el temor de la muerte sujetaba a los hombres a servidumbre por toda la vida (Hebreos 2:14). El diablo ha explotado la muerte, la reina de los terrores, no solamente para atemorizar a los hombres y sujetarlos a servidumbre, sino también para procurarse la adoración por parte del hombre. Es el “temor a la muerte”, ha sido la raíz de rendirle culto al diablo en todas las religiones paganas.
Viendo este diabólico imperio de la muerte en contra de los hombres, Dios por boca del profeta Oseas, dijo: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción… de la mano del Seol (sepulcro) los redimiré, los libraré de la muerte” (Oseas 13:14).
Por eso nuestro Señor Jesucristo participó de nuestra naturaleza humana, “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14, 15). Nuestro Señor Jesucristo ha quitado el aguijón de la muerte, que es el pecado (1 Corintios 15:56).
Y ahora la muerte para el cristiano no es fin, sino principio; no es descenso, sino ascenso; no es tinieblas y misterio, sino luz y realidad; no es incertidumbre, sino seguridad; no es perdida, sino ganancia. Por eso san Pablo exclamó: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54, 55).
Libertad del infierno. “Librarás su alma del Seol (infierno)” (Proverbios 23:14). La Palabra de Dios declara: “Los malos serán trasladados al Seol (infierno), todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9:17).
Algunos piensan y enseñan que el infierno es una utopía, un lugar imaginario, una especie de tabú para atemorizar a la gente; pero las Sagradas Escrituras son enfáticas en cuanto a la doctrina y a la realidad del infierno.
La Biblia describe el infierno como un lugar, y un lugar de tormento eterno, allí serán trasladados los malos, el infierno es un lago de fuego (Apocalipsis 20:15), un abismo (Apocalipsis 20:1), un horno de fuego (Mateo 13:41, 42), un lugar de lloro y de tinieblas (Mateo 8:12), un lugar donde no hay reposo (Apocalipsis 14:11), un lugar preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41), un lugar donde el tormento es eterno (Apocalipsis 14:11).
Y de ese lugar tan terrible es que somos librados, por nuestro gran libertador Jesucristo. Positivamente la libertad que Cristo nos ofrece es la verdadera libertad, es una libertad integral para el alma, para el espíritu, para la mente, para el cuerpo, para el tiempo, para la eternidad.
La ley de la libertad. Parece extraño que la libertad tenga ley, empero así es, la libertad está gobernada por ley.
Una libertad sin ley se torna libertinaje y viene a ser tropezadero y escándalo, según está expuesto en 1 Corintios 8:9. La Libertad que Cristo nos da tiene su ley, es legal. El apóstol Santiago habla de está ley de la libertad, y dice: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25).
La ley de la libertad cristiana es el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, pues es el Evangelio el que lo proporciona, orienta, y gobierna nuestra libertad. “Y conoceréis la verdad (el Evangelio de Cristo), y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esto lo notamos mejor al leer de Torres Amat, y dice: “Mas quien contemplare atentamente la ley perfecta (del Evangelio), que es la de la libertad” (Santiago 1:25).
La perfecta libertad puede ser disfrutada únicamente en perfecta armonía con la perfecta ley, del Evangelio. Por eso el apóstol Santiago enfatiza que “el que mira (escudriña) atentamente (cuidadosamente) la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25).
Son muchos los que pierden su libertad porque no obedecen al Evangelio. Cristo dijo al paralítico sanado: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). Y nosotros somos exhortados a estar firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volver otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre.
Esta ley de libertad, es una ley espiritual o del espíritu. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). De modo que esta ley no es gravosa, pues ha sido escrita en el corazón del creyente por el Espíritu Santo; “y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).
Si queremos disfrutar plenamente de nuestra libertad en Cristo obedezcamos plenamente la ley de libertad, que es el Evangelio, y podremos decir como dijo el salmista: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Salmo 119:45).
Amigo lector, ¿deseas ser verdaderamente libre? Acepta a Jesucristo como tu Señor y Salvador personal. Amén.
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” Juan 8:32, 36.
Libertad del yugo de la ley. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). El alma en pecado está bajo la condenación y maldición de la ley, “pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).
El alma en pecado es prisionera de la ley bajo sentencia de muerte. “Porque la paga del pecado es muerte...” (Romanos 6:23). El hombre por sí mismo no puede librarse del cautiverio de la ley, pues, el apóstol Pedro dijo que era “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Hechos 15:10).
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese (libertase) a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo… Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:4-7). Positivamente “Cristo nos redimió (libertó) de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13).
Y somos exhortados a estar “firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1).
Libertad de la enfermedad. La enfermedad física es una consecuencia del pecado, y el pecado es del diablo. No quiere decir que cada enfermedad se deba directamente a un pecado oculto, sino que la enfermedad en su origen es del diablo.
Dios describe la enfermedad como una aflicción de Satanás. “Y quitó Jehová la aflicción de Job” (Job 42:10).
Jesucristo describe la enfermedad como una ligadura, o atadura de Satanás. “Y había allí una mujer que desde hace dieciocho años tenía espíritu de enfermedad…” (Lucas 13:11-16).
El Espíritu Santo describe la enfermedad como una opresión de Satanás. “Sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hechos 10:38).
Vemos pues que la enfermedad es una aflicción, una ligadura, una opresión, un cautiverio de Satanás. “Para esto apareció el Hijo de Dios (Jesucristo), para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8), y “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Él nos liberta del cautiverio de la enfermedad “para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17).
Libertad de este siglo malo. “El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). El mundo cuyo príncipe y dios es Satanás (Juan 12:31; 2 Corintios 4:4). Es la totalidad de las tendencias que se oponen a Dios. El mundo posee una triple fuerza de seducción para llevar a los hombres a la corrupción que está en el mundo (2 Pedro 1:4).
Esta triple fuerza de atracción es la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida (1 Juan 2:16). “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”, pues la amistad con el mundo es enemistad con Dios (Santiago 4:4). Por tanto, “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).
Nuestro Señor Jesucristo además de libertarnos de este presente mundo malo nos guarda sin mancha de este mundo (Santiago 1:27). “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4, 5).
Libertad de adoración. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo (santuario) por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19). La adoración a Dios es el más elevado privilegio de un mortal, por cuanto es la contemplación reverente de la gloria de Dios, de su hermosura y de su majestad.
Al pecador no arrepentido le está vedado todo acceso a Dios para tener comunión con él y adorarle, pues, “Dios no oye a los pecadores” (Juan 9:31). “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2).
Una de las grandes bendiciones del Evangelio es tener acceso a Dios, para comulgar con Él, y adorarle sin la intervención de mediadores humanos, y sin la presentación de sacrificios propios. Esta bendición, este privilegio, esta libertad, la tenemos únicamente por el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. “Teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo… Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 10:19; 4:16). ¡Gracias a Dios por esta libertad!
Libertad de la muerte. “Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:15).
Satanás es descrito como el que tenía el imperio de la muerte y por el temor de la muerte sujetaba a los hombres a servidumbre por toda la vida (Hebreos 2:14). El diablo ha explotado la muerte, la reina de los terrores, no solamente para atemorizar a los hombres y sujetarlos a servidumbre, sino también para procurarse la adoración por parte del hombre. Es el “temor a la muerte”, ha sido la raíz de rendirle culto al diablo en todas las religiones paganas.
Viendo este diabólico imperio de la muerte en contra de los hombres, Dios por boca del profeta Oseas, dijo: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción… de la mano del Seol (sepulcro) los redimiré, los libraré de la muerte” (Oseas 13:14).
Por eso nuestro Señor Jesucristo participó de nuestra naturaleza humana, “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14, 15). Nuestro Señor Jesucristo ha quitado el aguijón de la muerte, que es el pecado (1 Corintios 15:56).
Y ahora la muerte para el cristiano no es fin, sino principio; no es descenso, sino ascenso; no es tinieblas y misterio, sino luz y realidad; no es incertidumbre, sino seguridad; no es perdida, sino ganancia. Por eso san Pablo exclamó: “Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:54, 55).
Libertad del infierno. “Librarás su alma del Seol (infierno)” (Proverbios 23:14). La Palabra de Dios declara: “Los malos serán trasladados al Seol (infierno), todas las gentes que se olvidan de Dios” (Salmo 9:17).
Algunos piensan y enseñan que el infierno es una utopía, un lugar imaginario, una especie de tabú para atemorizar a la gente; pero las Sagradas Escrituras son enfáticas en cuanto a la doctrina y a la realidad del infierno.
La Biblia describe el infierno como un lugar, y un lugar de tormento eterno, allí serán trasladados los malos, el infierno es un lago de fuego (Apocalipsis 20:15), un abismo (Apocalipsis 20:1), un horno de fuego (Mateo 13:41, 42), un lugar de lloro y de tinieblas (Mateo 8:12), un lugar donde no hay reposo (Apocalipsis 14:11), un lugar preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41), un lugar donde el tormento es eterno (Apocalipsis 14:11).
Y de ese lugar tan terrible es que somos librados, por nuestro gran libertador Jesucristo. Positivamente la libertad que Cristo nos ofrece es la verdadera libertad, es una libertad integral para el alma, para el espíritu, para la mente, para el cuerpo, para el tiempo, para la eternidad.
La ley de la libertad. Parece extraño que la libertad tenga ley, empero así es, la libertad está gobernada por ley.
Una libertad sin ley se torna libertinaje y viene a ser tropezadero y escándalo, según está expuesto en 1 Corintios 8:9. La Libertad que Cristo nos da tiene su ley, es legal. El apóstol Santiago habla de está ley de la libertad, y dice: “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25).
La ley de la libertad cristiana es el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, pues es el Evangelio el que lo proporciona, orienta, y gobierna nuestra libertad. “Y conoceréis la verdad (el Evangelio de Cristo), y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Esto lo notamos mejor al leer de Torres Amat, y dice: “Mas quien contemplare atentamente la ley perfecta (del Evangelio), que es la de la libertad” (Santiago 1:25).
La perfecta libertad puede ser disfrutada únicamente en perfecta armonía con la perfecta ley, del Evangelio. Por eso el apóstol Santiago enfatiza que “el que mira (escudriña) atentamente (cuidadosamente) la perfecta ley, la ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:25).
Son muchos los que pierden su libertad porque no obedecen al Evangelio. Cristo dijo al paralítico sanado: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). Y nosotros somos exhortados a estar firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volver otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre.
Esta ley de libertad, es una ley espiritual o del espíritu. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). De modo que esta ley no es gravosa, pues ha sido escrita en el corazón del creyente por el Espíritu Santo; “y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).
Si queremos disfrutar plenamente de nuestra libertad en Cristo obedezcamos plenamente la ley de libertad, que es el Evangelio, y podremos decir como dijo el salmista: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” (Salmo 119:45).
Amigo lector, ¿deseas ser verdaderamente libre? Acepta a Jesucristo como tu Señor y Salvador personal. Amén.
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