lunes, 25 de febrero de 2013

Haciendo vana la cruz de Cristo

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Rev. Luis M. Ortiz
“Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.” 1 Corintios 1:17.
El apóstol Pablo escribiendo a los corintios, dijo: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Corintios 1:17). San Pablo no deseaba que la cruz de Cristo o el sacrificio de Cristo en la cruz, viniera a resultar vano, sin efecto, inútil. Y para que esto no sucediera, dijo que él no predicaba el Evangelio “con sabiduría de palabras”.

La “sabiduría de palabras”, es la sabiduría humana, o la humana palabrería, vanas filosofías. Dice San Pablo que esa “sabiduría de palabras”, es sabiduría humana, sabiduría confundida, sabiduría enloquecida, sabiduría disputadora, sabiduría insensata, sabiduría mundana, sabiduría que perece.
Afirma el apóstol que predicar el Evangelio con “sabiduría de palabras” hace vana la cruz de Cristo, hace nulo el sacrificio de Cristo, porque la fe es de ese modo fundada en esa “sabiduría de palabras”.

En tiempos del gran apóstol había predicadores con “sabiduría de palabras”, y puesto que para los judíos la predicación de Cristo crucificado era tropezadero, y para los gentiles era locura (1 Corintios 1:23); estos falsos predicadores evadían la predicación clara, franca y escueta de la cruz; y la sustituían con palabrería, vanas filosofías y huecas sutilezas.

Por esta razón el apóstol amonesta, diciendo: “Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros… Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas… Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas... Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (Colosenses 2:1, 4, 8; 2 Corintios 11:3).

Es evidente que en nuestros días también hay muchos predicadores y mucha predicación de “sabiduría de palabras”, mucha predicación filosófica, muchas “huecas sutilezas” en la Iglesia “según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos (o principios) del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8), mucha diversión y entretenimiento. Todo lo cual hace “vana la cruz de Cristo”, hace sin efecto, inútil, infructuoso en la vida de los oyentes el sacrificio de Cristo en la cruz.

Niegan la eficacia del sacrificio de Cristo en la cruz y el poder de su sangre que nos limpia de todo pecado. Ocultan el mensaje de la cruz y predican un evangelio social, acomodaticio y fácil; para atraer la gente a la Iglesia; presentan toda clase de programas y entretenimientos superficiales; organizan fiestas sociales, toda clase de sociedades, bailes, rifas, paseos, festivales teatrales, espectáculos, etc.

Otros engañados por la serpiente, o por ser neófitos alocados con ínfulas de grandeza y pretensiones de líderes, pretenden hacer cumplir físicamente lo que es una realidad espiritual: la unidad del pueblo de Dios. Ellos pretenden unir y juntar los cristianos; aunque para ello tengan que traicionar y atacar otros cristianos.

Otros equivocadamente citan la oración de Cristo: “Para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22); y preconizan una unidad, un ecumenismo, un cristianismo sin Cristo; en el cual cabe el que niega la deidad de Cristo, la eficacia de la sangre de Cristo, el nuevo nacimiento, la santidad, el bautismo en el Espíritu Santo y muchas otras doctrinas fundamentalísimas de la Palabra de Dios. También cabe el que cree toda clase de doctrinas erróneas y de demonios; cabe también el mundano, el fornicario, el adúltero, el asunto es aglutinar (juntar) gente, mucha gente, no importa como vivan ni lo que crean. Caben todos menos Cristo.

Pero los verdaderos cristianos están unidos en el Espíritu. Los verdaderos cristianos, los lavados en su sangre, cuyos nombres están escritos en el Cielo, la verdadera Iglesia de Jesucristo, aunque está diseminada en los cuatro cabos de la tierra, aunque está compuesta por muchas congregaciones y denominaciones y por consiguientemente no puede estar unida físicamente ni orgánicamente, empero está unida en el espíritu. Nos amamos mutuamente no importa cual sea la raza, color, posición o denominación, pues “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

“Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu, en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:2-6). Esa es la verdadera unidad de los verdaderos cristianos, la unidad bíblica, la unidad en el espíritu.

Querer imponer una unidad física u orgánica con sabiduría de palabras o a la fuerza es matar la unidad en el espíritu, es exacerbar la cruz de Cristo, es reditar en mayor o menor grado la inquisición.

Hay otros que en vez de predicar la verdadera Palabra de Dios, la gran revelación del amor y del poder de Dios manifestado en la cruz del calvario, que es lo que realmente alimenta el alma y el espíritu, que es el único y firme fundamento para nuestra fe; estos siempre están predicando sus propias visiones, revelaciones y apariciones de Cristo a ello. Todo aquel que edifica su casa espiritual sobre visiones y revelaciones propias o ajenas, en el momento de la prueba su casa se derrumbará, pero todo aquel que edifica su casa sobre el fundamento inconmovible de la Palabra de Dios su casa permanecerá.

Nosotros creemos en visiones y revelaciones que tengan plena armonía con las Sagradas Escrituras, conforme a la Biblia, pero también creemos como Pedro el apóstol cuando relató en 2 Pedro 1:16-21, la visión, la gran revelación de la transfiguración de Cristo en el monte que era genuina, positiva, real, sin embargo él añadió: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (v. 19). De modo, que así como Pablo, también Pedro enseña que ninguna visión, revelación, aparición, puede tomar el lugar de la Palabra escrita, pues esta es segura.

A San Pablo no le interesaba para nada ninguna de aquellas cosas de los falsos predicadores de su tiempo, como tampoco le interesaría las muchas sutilezas huecas, las vanidades y los embelecos de hoy, que también hacen vana la cruz de Cristo. Como ayer él también diría hoy: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:1-4).

“Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no  percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura… Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 2:12-14; 1:18, 21).

Nosotros predicamos a Cristo crucificado a fin de que nadie se jacte en su presencia. Lejos este de mi gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo por quien el mundo me es crucificado a mi y yo al mundo.

Hace algunos años un predicador que visitó Palestina y los lugares bíblicos, al regresar a Estados Unidos mostró algunas vistas fijas de los lugares bíblicos: el río Jordán, Belén de Judea, la ciudad de Jerusalén, ruinas, edificios, etc. En un momento se puso en pie un anciano y dijo: “Por favor muéstrenos el calvario”. Este incidente nos ilustra lo que realmente el mundo desea y necesita ver y oír, es la predicación franca y clara de la gloriosa verdad, de la redención mediante la sangre de nuestro Señor Jesucristo derramada en la cruz del calvario que nos limpia de todo pecado.

Dejemos a un lado todos los embelecos que hacen vana la cruz de Cristo. Proclamemos el mensaje de la cruz que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado, que por la sangre de Cristo obtenemos eterna redención y vida eterna, que por su sacrificio y sangre derramada en la cruz nuestro Señor Jesucristo puede salvar eternamente a los que por Él se acercan a Dios.

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia” (Hebreos 10.19-22).

Si estás enfermo, te recordamos que por su herida en la cruz nosotros fuimos curados, sí, por su herida en la cruz del calvario Él llevo sobre su cuerpo en la cruz nuestros pecados y nuestras enfermedades. Hay sanidad para ti ahora, por su sacrificio y por su sangre derramada en la cruz.

Amigo lector, te aseguramos que como único pueden ser perdonados todos tus pecados y salvar tu alma es mediante el arrepentimiento y la aceptación de Cristo, su sacrificio y su sangre derramada en la cruz. Y ahora mismo puedes tener esa gloriosa experiencia, pide ayuda y ora delante de Dios. Amén.



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